"Por favor, hazme cariño en la cabeza. Por favor, lentamente, como si yo te fuera espaciando, como si al hacerlo te derritieras, te fusionaras conmigo. Hazme cariño en la cabeza, como si mi cabeza fueran tus dedos y tus dedos mi cabeza".

Mongolia no tiene mar. Mar. Como Bolivia no tiene mar. Bolivia. Mar. Pelo cabeza cariño dedo largo ojo desangrándose se vacía la pupila rostro ciego escupe despojos de sangre blanca brillante cielo ascendiendo en una imagen de Roscharch.

Tú me decías que parecía loco. "Cálmate, relájate, estás hablando demasiado rápido, demasiado fuerte, si ya te entendí, tranquilo". Como cuando se tranquiliza a los caballos. Luego relinché un poco y volví al corral a comer un poco de heno. En el camino me enteré que estaba demasiado viejo: escuché al palafrenero hablando del matadero. "Allá llevaremos al Ruibarbo mañana", dijeron. Entonces me acordé, porque también tengo memoria, de los pobres colegas que murieron en las minas de lota. Esos pobres caballos anónimos que llevaban los carros llenos de carbón. Que vivían y morían enceguecidos, sin poder disfrutar de la dicha pornográfica del sol. De la calidez de un buen trecho de pasto. De una brizna de hierba. De algo. Algo que me permitiera escapar. Porque mañana, a esta misma hora, mi cabeza de yegua vieja yacerá colgando de las paredes de madera por esos ganchos viejos y resistentes, que años atrás sostuvieron las tripas de mi padre.