Vivo para siempre
Quedaba un último túnel por cruzar, el que conecta el valle de Casablanca con Curacaví, aquel que atraviesa una enorme montaña de unos 4 kilómetros de longitud.
Tan pronto ingresamos, comencé a imaginar qué sucedería si se viniera todo abajo y quedáramos atrapados. Por un momento me angustié, pero pronto vi a lo lejos el punto de luz de la salida.
Llevábamos casi medio andar cuando de pronto sucedió lo imaginado; el cerro se derrumbaba bloqueándonos el paso. Nos detuvimos bruscamente y quisimos retroceder, pero miramos hacia atrás y vimos que sucedía lo mismo; otro derrumbe que terminaba por atraparnos en el corazón de la montaña.
Los primeros momentos fueron de angustia total, muerte en vida, toneladas de tierra para todos lados ¿Qué hacemos?, dijimos. Nadie respondió. Nos quedamos estáticos reconociendo lo imposible que sería llegar hasta nosotros desde el exterior... Pese a ello, dentro de mi corazón había otro sentimiento; sabía que iba a salir, no por arte de magia, sino que por mis experiencias de Fe.
Fui al auto y saqué una herramienta. Estaba decidido a cavar.
Comencé a abrir un pequeño túnel hacia el lado que veníamos.
Todos me miraban incrédulos de lo que hacía. Al cabo de 3 horas ya tenía un par de metros avanzados. Sería una larga tarea pensaba.
Me mantuve así no se cuantos días, pero ya tenia bastante avanzado, sin aire, ni luz, solo mi cuerpo entraba, para luego salir en la misma posición.
La última vez que salí, vi que todos ya habían hecho pequeños espacios en la tierra, con la forma de sus cuerpos, adelantando sus funerales. Ya nadie hablaba, sólo el silencio delataba el episodio.
Entonces volví a entrar, sintiendo con más fuerza aún que si saldría.
De pronto, estando al fondo de mi agujero, un ruido aplastante detrás de mí, giro la cabeza y veo lo inimaginable, mi propio túnel se había desmoronado dejándome totalmente encerrado y asfixiado. Estaba claro mi destino, comencé a orar.
En los momentos siguientes experimenté mi máxima expresión de arrepentimiento acerca de todas aquellas cosas que sabiendo que estaban mal, las hice con conciencia. Luego de sentir ese dolor, mi corazón estuvo tranquilo. Ya sin oxígeno, comencé a morir, pero no quería, sentía que ya había comprendido el significado de la vida, los valores y principios que debería seguir, que injusto, pero estaba sucediendo. Fue cuando mi Fe dijo no, sé que Dios hace milagros. Boca abajo seguí orando, pero esta vez con toda mi fuerza, con toda mi alma y con toda mi respiración, pues no tenía otra opción más que creer ciegamente en Dios. Cuando de pronto sentí su voz.
Nos encontramos cara a cara, pupila a pupila, no había nada más, éramos uno.
Y le dije: Padre, se que he hecho cosas malas, que van fuera de los mandamientos que tanto me dijeron los profetas y las escrituras que no hiciera, pues , estoy arrepentido de todo aquello, te pido perdón por no haberme tomado en serio mi compromiso de mejorar día a día, de dejarme estar, de dejarme llevar por mis impulsos, de haber sido débil , aun teniendo la fortaleza de tomar otra decisión, pues , lo placentero fue mas satisfactorio en esos momentos, te prometo que si me sacas de aquí con un milagro, jamás volveré a hacer todo aquello que no quieres que haga. Te pido que me saques de aquí con el compromiso de que si vuelvo a fallar teniendo conciencia de que estoy haciendo lo malo, pues me regresas a esta cueva y muero sin tener la posibilidad de vivir contigo hasta la eternidad.
Dios me respondió: así será.
De pronto el milagro sucedió. Me vi parado sobre la montaña, respirando nuevamente el atardecer, el sol a lo lejos, las nubes, los árboles, todo me daba la bienvenida una vez más. Lo que sentía era algo inexplicable, sentía lo hermoso de estar aquí, de estar con vida, de mirar, oler, sentir, pensar.
Pues comencé a caminar hacia la ciudad, con un nuevo corazón, purificado, eterno, enaltecido.
Llegué a las calles y comencé a mostrar mi amor hacia todas las cosas, a cada persona que me encontraba la amaba, daba mi vida por ellas, por que esté bien, por que no les pase nada, pues así continué hasta mi hogar, donde estaba mi familia.
Y sin decirles nada, comencé el mismo trabajo, de amarlos y de estar siempre unidos, amándonos cada segundo.
Pasaron unos días de mi nueva vida cuando sentí algo extraño: no veía que la gente y mi familia sentían mi presencia; me sentía como invisible, no me respondían cuando hablaba, no sentían cuando las tocaba, fue lo más hermoso y raro a la vez. Pues en ese momento comprendí que estaba muerto y lo que estaba viviendo era la vida eterna, con un corazón quebrantado y arrepentido.Estaba en el paraíso, donde mis pensamientos no podían ser de otra forma, más que de amor puro y verdadero.
Si, estaba muerto, pero vivo para siempre, con un espíritu iluminado.
Mauricio Molina Moebis
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