El oportuno proceder de la muerte
La vida, acatando el orden establecido, se alejo hasta confines inimaginables, la muerte entonces, aguardó atenta.
Pancho, encaramado en lo más alto de una enclenque y larga escalera de madera, intentaba a riesgo de perder el equilibrio, depositar un ramo de gladiolos en un feo masetero de porcelana barata, que colgaba de la cornisa de una lápida que estaba en el séptimo nivel de una serie de nichos fúnebres que asemejaban en demasía un edificio de departamentos de clase obrera, curiosamente y argumento perfecto de la ironía humana, la gente que en vida los habitaba, terminaba en su mayoría reposando sus cuerpos ahí, apiñados unos sobre otros como en sus vidas terrenales.
- Eugenita – suspiró Pancho tras un fallido intento de embocar las flores y continuó- te puse aquí arriba solo porque así estás más cerca del cielo, nunca soporté la idea de ponerte bajo tierra a meced de la humedad que todo lo pudre, alimenta los hongos y aviva los gusanos que gustosos engullirían la carne descompuesta de tu hermoso cuerpo inerte, no permitiré jamás que unos engendros te devoren, aquí arriba te ventila el viento y te vas poco a poco desintegrando hasta convertirte en polen divino. Mi amor, te extraño mucho y casi no puedo seguir en vida sin ti – fueron las últimas palabras que pronunció Pancho antes de insertar no sin esfuerzo y estirándose al máximo, los gladiolos en el feo macetero de porcelana barata que colgaba de la cornisa.
La muerte, que observaba a Pancho desde el pie de la enclenque escalera y que esperaba paciente un buen momento, procedió.
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