Raquel siempre quiso saber cómo debía usar el mundo. A sus años, lo veía como algo grande, grandísimo y complejo. Pese a que preguntó a sus padres, estos no le supieron responder “¿Qué para qué sirve el mundo, Raquel? Esto…pregúntalo en la escuela, seguro que la señorita Pato te dará una buena respuesta” y así eludieron el bulto rápidamente.
Al salir a la calle, camino del colegio, Raquel, tan pequeñita como era andaba con paso firme dispuesta a encontrar una respuesta. El kioskero, mientras agrupaba los periódicos recién llegados, vio una pequeña cabecita pelirroja asomando al mostrador y antes de poder ver el resto del pequeñito ser, dijo “Hombre, mi querida Raquel, ¿qué te trae hoy por aquí?”, “tengo una duda muy grande ¿para qué sirve el mundo?” dijo frunciendo el ceño de su pequeña carita pecosa, esto cogió absolutamente indefenso al kiosquero quien con evasivas la instó a indagar en la escuela.
Definitivamente tendría que esperar a hablar con la señorita Pato para enterarse; compró un periódico y lo leyó como buenamente pudo en busca de la respuesta que tanto ansiaba, pero nada, nadita nada en él decía para qué la tierra servía.
Ya en el colegio, la pequeña Raquel casi no pudo esperar a que acabase la hora de clase, en cuanto esto ocurrió, se acercó corriendo a la mesa de la señorita Pato, quien con su aflorada voz, le aseguró “pequeña, si de veras deseas saber esto, tendrás que ir y preguntárselo directamente a la tierra porque tampoco yo soy capaz de darte una respuesta convincente, lo siento”.
¡Qué horror, tanto deambular para una pregunta tan simple!”. Siguiendo las indicaciones de su profesora, la pequeña, dio la vuelta al colegio, subió por la 1ª calle a la derecha, luego tomó la de la izquierda y, finalmente, llegó a una placita, desconocida para ella, en la que había un enorme pozo de azulejos azules; la señorita Pato aseguró que quien quisiera hablar con la tierra podía hacerlo allí mismo. Por algún motivo allí había…línea directa. Nadie sabía qué profundidad tenía ese pozo pero lo cierto es que si se tiraba una piedra al fondo, jamás se escuchaba un sonido que señalara el fondo del mismo.
Como Raquel era tan pequeñita, buscó algo en lo que subirse, una piedra bien grande que encontró para así, hablar de modo más…directo con la tierra. “Tierra, disculpa, ¿estás ahí?”, nada, la Tierra no contestó; lo intentó nuevamente “Tierraaaaa, me oyes, soy Raquel, quiero hacerte una pregunta si eres tan amable”. La sobresaltó una voz ronca que debía provenir de lo más profundo de las profundidades de lo que conocemos como Tierra “dime, guapa ¿cuál es esa duda que tienes?”. “Básicamente…ummm…me gustaría saber para qué sirves”.
La Tierra casi se atraganta con el ataque de risa que le dio “que ¿para qué sirvo?” Verás, yo estoy aquí desde el principio de los tiempos, todos hablan de cuando surgí pero el cómo y el cuándo tan sólo lo sé yo; estoy aquí para que vosotros viváis en mí, para que personitas lindas como tú se desarrollen, vivan en paz, se respeten y saquen de mí todos los recursos que obtenerse puedan”. La pecosa carita era digna de contemplarse con esa boca tan chiquitina pero tan abierta que decía “ahhhh” sin palabras.
Cuando Raquel regresó a casa y su madre le dijo que si había aprendido muchas cosas en el colegio, ella con una amplia sonrisa, le contestó “mamá, hoy aprendí una de las lecciones más importantes de la vida”.
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