El pequeño Francisquito quería un tren para Navidad. Una locomotora grande, verde, café y roja. Un gusanito alado que hiciera tropezar a la abuela en sus largos paseos en cámara lenta por el salón infestado de moscas. Todos los días le recordó a su papá sobre el tren, todos los días imaginó las ruedecillas deslizarse por los rieles improvisados con palos de helado, todos los días se fue a dormir con un "chu,chu" en la cabecita cobriza, sobre las mejillas llenas de pecas. Y cuando al fin la casa se iluminó con las luces del árbolito y el piso se llenó de algodones, remedando la nieve en aquel calor sofocante de pleno Diciembre, el papá puso una cajita larga en los brazos del niño, quién se dedicó a destruir el papel con una ansiedad silenciosa, y los ojos fijos en la cosa que se insinuaba y desaparecía bajo las cintas. Cuando al fin lo tuvo entre los brazos, brillando, verde y rojo y café como lo había pedido,caminó con él atravezando el silencio espectante de la familia que esperaba en cualquier momento la sonrisa y el regocijo. Caminó por la sala infestada de moscas con el tren en los brazitos pecosos, como en un ritual de inmolación, atravesó el comedor, sin mirar el suelo, pateando y destruyendo los rieles improvisados, como un gigante demoníaco de pestañas naranjas. Entonces al llegar a la pieza, arrojó el tren sobre el montón de navidades amontonadas y se sentó en la ventana, con las moscas, a pensar en lo que quería para el próximo año.... |