Remedios
Cuando la edad enfría la sangre y los placeres son cosa del pasado, el recuerdo más querido sigue siendo el último, y nuestra evocación más dulce, la del primer beso.
Lord Byron
La tarde era hermosa, un ocaso maravilloso no acostumbrado a ver en esa cuidad colonial. Las callejuelas resplandecían por la gente que en ella circulaba, había vendedores ambulantes, carruajes que pasaban rápidamente. Entre la muchedumbre iba Remedios, una joven de hermosos cabellos rizados de color negro, ojos verdes, nariz fina, tez pálida, portaba un vestido guinda y muy elegante. Ella caminaba con su madre, doña Dolores, la cual también portaba un vestido muy elegante de color negro, su cabellera lacia era gris, sus manos blancas, al igual que su rostro, dibujaban líneas del tiempo. Ésta era de carácter fuerte, siempre quería tener la razón, era totalmente religiosa, muy conservadora.
A Remedios, a pesar de tener 17 años de edad, no la dejaban tener pretendientes. Claro que éstos nunca le faltaban. Cada vez que ella iba, como siempre, con su madre, se le acercaba algún joven y le dejaba alguna nota o, simplemente, flores de bellos aromas. La madre, enojada, les decía: "Váyanse de aquí, no quiero que se acerquen a mi pequeña" y éstos, avergonzados, se iban diciéndole adiós a la joven.
A pesar de ello, había un muchacho que era su bien amado y, claro, él no lo sabía. Todo empezó una mañana cuando la joven y su madre caminaban por el Zócalo de la cuidad. Remedios miró a Esteban, un joven músico que se ganaba la vida tocando el violín. Él era bien parecido, portaba un vestuario desgastado por el uso; sin embargo, daba la impresión de ser una persona educada. Ella no sabía por qué le atraía, sentía deseos de abrazarlo, de acariciar su cabellera. En una ocasión, sin resistir las ganas, pretendió acercarse a él con el pretexto de dejarle unas monedas, pero de inmediato, Dolores la jaló del brazo y en acto seguido le dijo: "No te acerques a él, ¿qué no ves sus fachas?".
Remedios vivía en un mundo de fantasía, no sabía cómo es que nació, ya que su madre le inventó una historia diciéndole que venía del reino de Dios, que había bajado de una nube. Así fue creciendo con esa idea, estaba alejada de la sociedad. Su padre había muerto desde que era muy pequeña y sólo su madre era su acompañante.
Doña Dolores cada domingo quería que fueran a la iglesia y, esa tarde del hermoso ocaso, llevó a Remedios para que se confesara. Llegaron a la catedral de la cuidad e inmediatamente, casi jalando a la joven, la introdujo al pequeño cuarto oscuro y le pidió que le contara al sacerdote todo lo que había hecho los últimos días. Remedios no pudo evitar que le salieran unas lágrimas de sus bellos ojos, pues a pesar de la vasta cantidad de veces que se había confesado, creía que no era necesario hacerlo para que Dios la perdonara de sus pecados. Entonces, sin querer hacerlo, ésta le empezó a contar al sacerdote:
—Dice mi madre que he pecado…
—Hija, no digas lo que dice tu madre, di lo que tú crees, yo te comprenderé, si has pecado te diré lo que tengas que hacer para tener mi perdón y el de Dios. Así sólo sera tu alma liberada.
—Está bien. Hace dos días, discutí con mi madre. Todo fue por una pregunta que le hice sobre lo que me ocurrió una mañana: me sentí atraída por un joven músico, me sentía mareada y con tantos deseos de estar con él, creía que padecía de alguna enfermedad o que era una tentación del mal. Entonces, le pregunté qué podría tener y ella inmediatamente al escucharme me pegó, con su mano, en el rostro, me dijo que era una pecadora y que no tenía derecho a mi corta edad de andar viendo a los muchachos.
Cuando cambió (hace tiempo) mi voz y mi cuerpo, era como una condenación, pues mi madre, aprovechándose de mi ignorancia, me decía que eso pasaba porque no le hacía caso y andaba de coqueta con los jóvenes.
En una tarde salí a escondidas, fui a dar un paseo por el bosque, ya que me sentía triste y sola; en el camino me encontré al joven que tanto me gusta y no pude evitar ir hacia él. Es una sensación difícil de contar; allí los dos frente a frente bajo los verdosos árboles. De pronto, después de unas palabras, nos abrazamos por inicio de él, me obsequió un par de besos en los labios, después empezó a tocar unas lindas melodías con el violín mientras su voz recitaba poemas. No sé cuanto tiempo pasamos juntos, pero cuando regresé a casa, tuve que entrar a escondidas por la misma ventanilla por la que salí.
Siento que he cometido un terrible pecado, pero no pude evitar hacerlo, me siento como la misma Eva. Disculpe padre, no sé qué será ahora de mi alma. Dejaré de ver a él aunque me duela mucho, aunque lo extrañe.
—Hija no puedo creer lo que me cuentas. Tú que eres cuidada por Dolores, una fiel de la iglesia, así como tu padre también lo fue. Por mi parte no puedo perdonarte, ya no podrás ser bienvenida a este lugar. Has cometido un pecado mortal.
Entonces, la joven Remedios salió llorando de ese cuarto oscuro. Doña Dolores se acercó a ella, la agarró de una mano y se la llevo a su casa, allí la obligó a decir lo que le había contado al Sacerdote. Después de eso, recibió golpes en su triste rostro, fue castigada recitando capítulos de la Biblia.
Jamás se le permitió ver a su bien amado. Ahora se dice que ella vive en un viejo convento. Ya podrán saber su destino.
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