Faltaban veinte minutos para la partida del ómnibus, ya había llegado a la terminal.
Aproveché para fumar un par de cigarrillos, puesto que una vez arriba, ya no lo podría hacer por cerca de siete horas, el lugar estaba poco poblado, era más la gente que llegaba que la que partía.
Una vez terminado mi segundo cigarrillo, llevé mi equipaje a guardar, ascendí al micro, busqué mi asiento correspondiente, ventanilla del lado contrario al conductor, acomodé mis pertenencias y me senté a observar a la gente que había afuera hasta el momento que el ómnibus empezó a dar marcha atrás, comenzaba el regreso.
No habría mas de quince personas en todo el micro, el asiento de al lado mío estaba vacío, ya me estaba acostumbrando a la soledad, y para acrecentar esa sensación me coloqué los auriculares en mis oídos, y encendí el aparato para escuchar “The Wall” de Pink Floyd, cuando nos desplazábamos por el boulevard, me puse a pensar todas las veces que fui feliz en esa ciudad, recordé la primera vez que había llegado a la villa, tenía diecinueve años, y había venido con unos amigos para trabajar en la temporada, enero y febrero de 1987, mas de veinte años, mas allá del hambre que había pasado ese año, me había sentido tan libre.
No como ahora, que me sentía atrapado en un sentimiento de tristeza.
Cuando llegamos a la rotonda del pinar, observé la estación de servicio en la cual siempre cargaba nafta antes de salir de regreso, fui acordándome de varias de esas veces.
Doblamos por Avenida Buenos Aires, yo seguía mirando hacia afuera, observando y tratando de no pensar en nada, hasta que llegamos a la ruta, donde de vuelta, pude ver bien la Luna, que se empecinaba en hacerme pensar en ella, en mis oídos sonaba “Vera Lynn”
Y me quedé pensando en la última frase de esa canción “Alguien aquí sentirá lo mismo que yo” y empecé a observar a mis desconocidos compañeros de viaje, delante de mí, viajaban dos mujeres, ojeaban revistas de espectáculos, del otro lado de donde estaba yo, viajaba un hombre algo obeso, que se notaba que se había dormido antes de salir de Gesell, pensé que esas personas definitivamente no sentían lo mismo que yo, delante del hombre que dormía vi un muchacho con auriculares en el oído, y observando por la ventanilla, “ese” exclamé por dentro, probablemente a ese chico le estaba pasando cosas parecidas a la mía, o no, talvez está viajando a Buenos Aires a encontrarse con la chica que conoció en el verano, contento, lleno de ilusiones.
Volví a mirar por mi ventana hacia el exterior, la Luna jugaba entre los pinos, escondiéndose por momentos de mi vista, la veía sonriente, como burlándose de mi sentir, cuando llegamos a la entrada a Pinamar el micro tomó por la Ruta 74, y por la posición ya no la podía ver, solo su luz sobre el campo, me desesperaba saber que estaba bien redonda y no poder observarla, era como un mal necesario, como si ella me hablara a través de la Luna.
Me fui conformando con solo mirar el campo, Mi cabeza seguía volando, recordé a alguna que otra mujer que haya pasado por mi vida, interesantes mujeres tal vez, pero no eran para mí, yo solo pensaba en ella, mi mente no paraba, me reprochaba por sentirme así por una mujer, yo solo me preguntaba “¿Por que ella?” y me respondía
Porque era ella, la luz que no supe mantener encendida. “Quizás sea el remedio para mi mal, o tal vez el veneno que termine de matarme”. pero necesitaba saber de ella. |