Corría el año 1894. Había un lugar en el mundo en donde la piratería sobrevivía: los lejanos mares de la China. El capitán Lin Piao y su segundo Hun Sen habían zarpado de la isla de Macao el 18 de junio de 1894 con destino a Hong Kong, llevaban un cargamento de opio.
Hong Kong era posesión inglesa desde 1842 como consecuencia de la guerra del opio.
Este fue el nombre que se le dio a la guerra chino-británica de 1839-42, aparentemente provocada por la prohibición china de importar opio, pero inspiradas en realidad por los intereses del comercio británico. El gobierno chino ordenó la destrucción de veinte mil cajones de propiedad inglesa e Inglaterra contestó con la declaración de guerra. La guerra terminó con el Tratado de Nankín (1842), por el que se abrieron al comercio exterior cinco puertos chinos, Hong Kong fue cedido a Gran Bretaña y se rebajaron los derechos de aduanas al 5%.
El capitán Lin Piao era un chino fornido y de alta estatura, de pómulos salientes y barba puntiaguda, su mirada oblicua era poco tranquilizadora. Hun Sen, el segundo de abordo era un manchú de mediana estatura, digno compañero de su capitán quién tenia hasta ese momento una larga carrera delictiva.
Estos hombres desdeñaban el mercado laboral del siglo XIX que requería mano de obra barata con 15 horas diarias de trabajo evidentemente inhumanas.
Lin Piao se volvió hacia su lugarteniente, quien conservaba un mutismo absoluto, y le dijo:
- Mira Hun Sen, en esta noche serena la Cruz del Sur parece indicar nuestro derrotero.
- Así es capitán, el filosofo chino Confucio dijo que el destino del hombre está escrito en el Cielo y es inmodificable, está claro, Confucio se refería al destino astrológico.
- En efecto Hun Sen, también a él se le atribuye la frase “el enemigo de tu enemigo es tu amigo”. Es meritorio saber que tanto Confucio como el sabio de la Indio, Buda, nacido en Nepal, vivieron en el siglo VI a.c. denominado como el de la adolescencia humana. Lao Tse es otro filosofo chino autor del libro “El camino de la línea recta” nosotros sin embargo, mi segundo, llevamos una vida que no es acorde con la moral confuciana ni con el taoísmo, vivimos regidos por otros códigos y es la nuestra una moral muy permisiva.
- Efectivamente capitán en nuestra vida aventurera tienen amplia aceptación el crimen y el latrocinio y en nosotros tiene plena vigencia el dicho italiano “ Vivere pericolosamente” (vivir en el peligro).
Al amanecer del quinto día de navegación fue avistado un sampán y toda la tripulación del junco se alborotó ante el inminente combate.
El junco pirata contaba con veinte hombres de tripulación y su armamento consistía en tres espingardas y ocho lilas y mirines. A bordo del sampán había quince hombres y viajaba junto a ellos un personaje de importancia, un mandarín ataviado tal como cuadraba a su alto rango .El armamento del sampán era inferior ya que se reducía una gruesa espingarda. Sus tripulantes contaban tan solo con anticuados fusiles de chispas.
El capitán del sampán, un obeso y carirredondo chino aprestó a su gente para la defensa.
El combate se inició con saña por parte del junco y con el coraje que da el instinto de conservación de la vida y de los bienes por parte de los defensores del sampán. En aquella fragua de Vulcano que era la lucha entre dos embarcaciones el junco hacía sentir la superioridad de su artillería destrozando las amuras y la arboladura de la nave adversaria.A cincuenta metros de distancia el junco se dispuso a abordar al sampán. Fueron arrojados los grapines y los piratas se dejaron caer sobre el sampán trabándose en lucha con sus tripulantes. Estos se defendieron con el valor que da la desesperación pero al cabo de un cuarto de hora fueron vencidos por los depredadores del mar. Siete marineros del sampán yacían sin vida sobre cubierta y otros tres tenían heridas de diversa consideración.
El capitán del junco se encaro con su homologo del sampán y tendiéndole la diestra le dijo:
-¡ Os felicito, capitán! Vos y vuestra gente os habéis defendido con coraje y merecéis mi consideración. Deseo saber qué lleváis a bordo.
- Llevamos un cargamento de oro y plata en barras y una partida de sándalo además viaja con nosotros un personaje de alto rango, un mandarín.
- Bien, ustedes permanecerán prisioneros nuestros y el mandarín podrá recobrar su libertad previo pago de rescate.
Luego dirigiéndose hacia su lugarteniente prosiguió:
- Hun Sen, limpia de muertos la cubierta y arrójalos al mar, que los heridos sean llevados a la enfermería y el sampán a remolque.
Cumplidas las ordenes del capitán, el viaje prosiguió sin inconvenientes. Hun Sen que estaba apoyado sobre la borda se dirigió a su capitán diciéndole:
- Ha sido una travesía provechosa, capitán y cumpliremos nuestro cometido desembarcaremos el cargamento en Hong Kong.
- No creas Hun Sen, antes de partir tiré las monedas del I Ching al aire y las mismas me auguraron que el viaje tendrá un trágico desenlace.
Al noveno día el junco llegó a la vista de Hong Kong y proveniente del puerto se aproximó un barco del servicio de guardacostas. El capitán del mismo tomando su bocina intimó:
- ¡Deteneos y permitidnos pasar a bordo! Pues hemos tenido conocimiento del arribo de un junco sospechoso.
La respuesta de Lin Piao no se hizo esperar.
-Os advierto capitán que tenemos con nosotros como rehén a un mandarín y que podría tener funestas consecuencias para él, cualquier actitud hostil por parte de vuestros subordinados.
- Os prometo que conservaréis vuestra libertad a cambio de la restitución del mandarín.
El barco guardacostas llegó junto al junco y el capitán del primero y sus subordinados pasaron a la cubierta del barco apuntando sus armas a los piratas. El comandante del guardacostas dijo entonces:
- Os ruego disculpéis mi falsa promesa pero las leyes están hechas para ser cumplidas. Vos y los tuyos daos por presos.
En el lejano mar de la China se cerraba otro capítulo de la lucha entre el bien y el mal con el triunfo del primero sobre el segundo.
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