“Usa la paletilla”- me gritaba Leticia desde el jardín con su suave voz mexicana. Es que de vez en cuando alguna araña o bicho extraño terminaba debajo de mi “Havaiana” y las paredes de la casa que había rentado no quedaban muy decorativas con esas marcas de ojota. Lleva un tiempo para que una chica de ciudad como yo se adapte a la total armonía con la naturaleza. Pero al fin lo logré.
Leticia me tomó tanto cariño que no quería que me marchara. Ya casi dos meses pasaron que abandoné el itinerario. Permanecí mientras que otros fueron y vinieron y se volvieron a ir. Me siento a gusto, estoy en paz. Continuaré el camino cuando sea necesario. No por ahora.
Alguien llama a la puerta. Viene llegando la lluvia y con el primer trueno la voz inconfundible de Ted: -“Vengou a buscaer la serpenti que has visto en la eintrada”-. Y ahí estaba el gringo parado con un saco de mimbre en una mano y un palito en la otra. Atónita quedé cuando lo ví, sabiendo que se trataba de una de las serpientes más venenosas de la zona: -“Hi Ted…si la vi por aquí, pero me dijeron que hay que tener cuidado”. -
-“No problem, no problema.”- y se dirigió en su búsqueda. No demoró demasiado en encontrarla y con habilidad y mucha tranquilidad la atrapó y una vez la serpiente dentro del saco se dirigió con ella a la montaña. Como si tuvieran un pacto, la dejó libre nuevamente.
Leticia y Ted están juntos desde hace años. Él de las tierras del norte, ella de un poco más al sur. Viniendo de una familia dedicada a generar dinero y más dinero, un día comenzó a recorrer el mundo. Primero fue más al norte, cruzó el inmenso charco y lo volvió a cruzar. Pasó por México y allí conoció a Leticia, hija de comerciante, de buena educación, pero no de la clase social de la que venía él. Se enamoraron. Desde el momento en que se conocieron pudieron saber que se habían encontrado para unirse. El padre de Leticia no quería saber nada con el gringo y menos aún que se acercara a su hija. Así que comenzaron teniendo un amor clandestino, como en las películas. No era para menos, Ted había pasado años recorriendo el mundo y el sentido de desapego material ya se le notaba, solo que aquellos que no lo sabían les parecía que era un homeless que había emigrado a tierras aztecas.
Pasó un tiempo y Ted se marchó. Volvió a Norteamérica con el corazón de Leticia en sus manos. Pero nada los iba a separar. No tardaron demasiado en decidir escaparse juntos. Comenzaron un viaje hacia el sur, llegaron hasta Argentina.
Leticia recuerda el asado argentino, pero sobre todo las milanesas y por supuesto, el tango y ese olor a calle porteña. A Ted también lo embrujó Buenos Aires, pero no tanto. Su interés siempre fue la gente, el pueblo. Y quería llegar a la Argentina para conocer la cuna del Che.
Años después, viajaron nuevamente, esta vez a la India, China, Tailandia, Indonesia, Malasia… De vuelta en América, en Costa Rica se quedaron. Rentan hospedaje para turistas y una casita en el aire que es donde estoy y desde donde amanezco en estos días.
Ya el agua cayó en la tierra y el sol nuevamente brilla. Me dispongo a salir camino a la playa, cuando me encuentro con Leticia: “Mira aquí te conseguí algunas carambolas para la pastafrola”. Fiel a sus gustos por la gastronomía argentina (además de la mexicana), Leticia me entrega los frutos tropicales para mí algo exóticos, con los que haré un dulce para rellenar el “pie argentino”: la pastafrola. Si hay algo que dejo en esta playa es las ganas de cocinar. No sé si las recetas del país donde me crié son exquisitas, o es mi arte culinario al que le sumo todo el amor. Ya muchos y muchas se han deleitado con mis platos, algunas tomaron mis clases de cocina, otros simplemente se enamoraron de mis aromas, sabores, texturas y colores.
Con la bolsa de carambolas me acerco a ver el atardecer en la playa, que me sorprende regalándome un arco iris hermoso.
A lo lejos, Ted con su pelo y barba blanca, descalzo, caminando al ritmo del universo, como si interiormente lo conociera. Sus dos perros, fieles compañeros casi son para él los hijos que nunca tuvo.
Sentados en un tronco varado en la playa, la conversación surge. Descubro lo que suponía, Ted es un libro abierto. Su cultura es inmensa, sus ideas revolucionarias, sus experiencias fascinantes, frágilmente humanas y su humildad es sabia. Cada tanto el silencio, que es parte de este momento en donde los sentidos se rinden a contemplar la magia de la naturaleza. El sol se entrega al horizonte despidiendo un haz de luz violáceo. Ted rompe el silencio: “Qué bien que jóvenes como tú entiendan quién fue el Che. Las ideas y el saber triunfan. Hasta la victoria siempre.” Y se marchó diciendo estas palabras.
Pasaron casi dos meses de mi regreso. Nuevamente en la city, otra vez el reloj que corre, el trabajo que demanda tiempo, la vestimenta formal y la plaga tecnocibernética, un mal necesario.
Del otro lado de la oficina observo lo que en breve estará rumbo a Costa Rica. Algunos cd’s de tango y libros de literatura como Borges, Bioy Casares, Sábato, Cortázar, entre otros. Sin obviar un par de obras referidas a Ernesto Guevara y una guía de la gastronomía argentina. Un mate, una quena y una serie de estampillas de edición limitada del correo argentino con la imagen del Che. Mis cariños expresados en una carta junto a mis deseos de volver algún día.
Mientras tanto y hasta entonces continúo mi camino en busca de rumbos nuevos, exóticos y místicos. No es momento de regresar.
Se acerca el momento de partir.
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