El misionero mostró el hielo al jefe de la tribu. Después del titánico viaje desde las montañas el trozo no era más grande que una nuez. En la mano perpleja del indio el hielo agonizaba en un festival de brillos azulados. El religioso, apremiado por el proceso de fusión, recitó entusiasmado como el hielo permitiría almacenar el pescado y las frutas durante días sin riesgo de putrefacción.
Cuando el hielo solo era una charquito, el jefe se retiró y prometió al misionero una respuesta.
Durante el viaje de vuelta, el misionero comprendió que antes de intentar venderles hielo, necesitaba inocularles el miedo al futuro.