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La arena fina puliendo mis pies, despojándolos del cansancio que les supone llevarme a cuestas, el agua helada rompiendo en mis carnes temblorosas y desacostumbradas, la sal purificando mi mirada, mi oído, mi boca, mi piel y el movimiento rítmico e infinito que lleva y trae pasado, presente y futuro.
Llega una ola, me atraviesa y me transporta a Tavira hace 25 años con Michael Ende. Se para en mis pies, la miro y veo a Asimov esperándome para pasar una noche más conmigo contándome sus cuentos de robots y de mundos a años luz que tanto me gustan. Se aleja y me abandona para dejar espacio dónde verme algún día sonriendo mientras toco con mi varita mágica a todo aquel que se me acerca.
Salgo corriendo y me lanzo de un golpe, adquiriendo una forma aerodinámica y cargando mis pulmones al máximo. Empiezo a nadar hacia el horizonte, ¡Hacia el infinito y más allá! (como decía el pobre Buzz Lighyear creyéndose un héroe interestelar hasta el momento que encontró ciento de clones suyos apilados en unos grandes almacenes). Nado sin parar, suavemente, placenteramente, sintiendo mis músculos revivir, sintiéndome perfecta bailarina acuosa hasta que las olas parecen pararme en seco, como si una mano gigante agarrase mi cabeza impidiéndome avanzar mas. Me doy la vuelta y contemplo cuantos metros de peligro me separan de él. Ya se que aún no vive conmigo, que está muy, muy lejos, pero yo lo veo jugando en la arena con su pala, su cubito y su gruesa capa de crema protectora que lo hace parecer un fantasmita travieso. Y yo estoy allí al lado, claro, inventándome una historia fantasticular sobre su castillo de arena para que su imaginación no muera con su pasar del tiempo.
Tumbada boca abajo me dejo a merced de la marea, extiendo los brazos, abro las piernas y permito que la sensual caricia del mar no encuentre obstáculos. ¡Qué grande y repleto se ve todo! Cuantas formas ásperas y punzantes, cuantas curvas sinuosas, cuantos colores intermedios. Una morena asomando su hocico de vieja en la puerta de su guarida, una pequeña y reluciente dorada cimbreando su cuerpo de aquí para allá, el caparazón descuartizado de un centollo… Si, hay mucho movimiento bajo mi cuerpo y sin embargo yo estoy quieta, no muevo siquiera los ojos, dejo que el mecer del agua me enseñe lo que quiera.
¿Cuanto puedo aguantar si respirar, sin moverme, si tener miedo, sin pensar mas que lo suficiente como para procesar lo que ven mis ojos?
Me resulta tremendamente placentero llegar al límite, ponerme a prueba e imagino que (porque yo lo puedo todo sólo con quererlo, porque soy un ser Buzz Lightyear que aún no se a visto repe) abro la boca y respiro agua salada, como en Abyss, pero sin peligro, sin miedo, porque me digo que no pasa nada y así me quedo para siempre allí, mirando un mundo que me ignora y que por eso es precioso. No saben quién soy, no quieren mi nombre, ni mi edad, ni mi peso, no quieren saber de que vivo. No les importo una mierda y por eso me quedo para siempre espiándolos, admirando su vida simple y lineal.
¿Cómo se verá mi cuerpo desde arriba, desde el cielo, desde aquella nube? Quizá tan pequeño como un granito de arena y de momento del mismo color. Un granito de arena flotando a la deriva contento por no saber cual será su suerte, por no pesar nada, por ser redondo y perfecto, así, sin adorno alguno.
Parece que la mar se aburrió de mí porque con una ola gigante me dio media vuelta y me lanzo a la orilla. Probablemente le enfadó mi osadía de creerme con derecho a emigrar a un mundo que no es el mío y así me castigó arremolinando mi cuerpo contra las conchas sin pulir y dejándome marcas por doquier para que mi memoria no fuera la de un pez.
Me pongo en pié como puedo, un poco mareada y sin saber muy bien que es arriba y que es abajo. Estoy rebozada como un croquetita en arena y trocitos de nácar. Me siento hermosa viendo brillar lágrimas de mar por todo mi cuerpo. Siempre tengo la sensación de haber perdido peso cuando salgo del agua, aunque hoy siento la carga de mar que llevo en mi estomago.
Pensándolo mejor, el mar me escupió en un buen momento porque si me convirtiera en garbancito en remojo nunca podría vestir con millones de besos a mi fantasmita del norte. Si, quizá era mejor dejarlo todo en una fantasía.

Texto agregado el 10-10-2007, y leído por 407 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
03-01-2008 Te felicito, tiene mucho vuelo y una soltura detacable en la narración. Te seguiré leyendo. Saludos! laffinour
 
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