Blancas aves traían entre sus picos
aquella roja seda,
la tela con la que en las noches de abril
te vestías de pasión,
mientras otras azules aves
cantaban como liras las melodías
que tú tocabas antes
de que encamináramos nuestro viaje
a ese mundo de lujuria.
Y el cielo se tornaba cada segundo más oscuro,
igual que lo hacía en esos días de primaveras
en donde danzabas en tu habitación
sonriendo de alegría
esperando las primeras estrellas
en el ocaso que encendía nuestros cuerpos.
La luna se asomaba,
un tanto apenada,
como se asomaba en aquellas noches
de brillantes astros,
en las que nos juntábamos
a decirnos te quiero
a través de nuestros cuerpos.
Hoy mis naturales amigos
no me ayudaron a olvidarte,
me trajeron lo que una vez fue nuestro
y recordaron con sus gestos
lo que unas veces hicimos en su compañía,
esas radiantes noches que contigo se han ido,
pero que hoy estuvieron aquí conmigo.