Atrapada en el inmortal laberinto del deseo
me golpea tu silencio
detenido en la ribera de la penumbra helada
de la indiferencia
y el desprecio.


Ha fracasado la vida
porque cada noche muero en el sueño
anhelando encontrarte
pero sólo eres alegoría fugitiva
que me rige a tientas
por el abismo de la ansiedad
con rumor de terciopelo fluyendo en mármol.


Mis suspiros desgarran tu sosiego
ante la traición incrédula
que se ríe de mí,
de mi devoción febril que irrumpe en el tiempo–espacio
creyendo adivinar un gesto benévolo en tu semblante
delirando sólo la soledad.


Pensamientos e ideas se desfiguran
ante la presencia–inexistencia de tu aroma
meditando la suavidad de tu piel
desvaneciéndose en la hondonada de tu contemplación
extinguiendo cualquier resquicio de conciencia
adquirida a la vuelta de la esquina
junto con una bolsa de caramelos.


Lentamente cae en la tierra
el rojo anhelo de lo que fuera mi vida
gota a gota,
como aquél sonido que tanto te agrada
cuando termina la lluvia.


Y el diluvio no cesa
ni se adormece,
se escurre por las hojas de los árboles,
bañando los muros de esta mustia y lánguida metrópoli,
resbalándose sobre el cristal
frente al cual guardas silencio
mientras confieres una lágrima al viento
porque esta tempestad
te recuerda a alguien que para ti no tiene nombre.