Mi mama me dijo que no cruzara la calle sin fijarme para todos lados, es muy importante mijo que te fijes, porque si no te fijas bien entonces te atropellan.
Le pregunte entonces que pasaba si me atropellaban, te puedes morir mijo.
Ahí fue cuando descubrí que los atropellados se mueren.
Les duele? Yo creo que si mijo respondió mi mama.
Aquel día no paso nada seguimos caminando al mercado, ella con su bolsa de mandado al brazo y yo agarrado a ella, mi mano en la suya tibia, protectora.
En el mercado siempre había algo que ver, los carniceros ponían las cabezas de los cerdos en las vitrinas, eran siempre rozadas con las orejas erguidas, parecían que conservaban cierta fuerza y siempre se veían sonrientes, como si le agradara estar muertos.
Hoy vi como atropellaban a un señor, el auto lo arrollo y su cuerpo voló por el aire moviéndose como si fuera un muñeco de trapo. Al caer rodó todavía varios metros y termino encorvado contra una cortina de metal de un negocio de partes mecánicas, entre los gritos de pánico y la bola de curiosos, me acerque a ver que le había pasado.
Estaba muerto, una mueca de sorpresa y dolor le quedo en la cara, yo me quede parado y de pronto la imagen del puerco en la vitrina sonriente y rosado se planto en mi mente.
No pude acordarme de que color eran los ojos.
Jorge P. Guillen
Julio 2005