Cosmos encarnizado, mar impasible
yaces bajo mi sombra
tan opaca y tan nostálgica
librando el callado lamento.


Invento mi propio cuerpo
te vislumbro con los dedos desiertos
y con los ojos plenos de minutos de nada.


Si tus venas ataviaran de gala mi corazón
cuando al fin te descubra frente a mí
desgarrando el enfermizo hilo de la razón,
aliviaría el peso de mi perpetua travesía
hostigada por pesados eslabones de melancolía.


Y me parece que sigues aquí
construyendo un castillo
que despide tantos arcoiris y colibríes
como puede contener.


Tu fragilidad ha estafado a la creación
provocándole una fisura infinita
e irreparable
lloviendo vida,
agitando abrumadas voluntades
albergando la justicia etérea.


Mi existencia late atada
por los finos hilos del desprecio,
alejada de todo rayo de luz
que pudiera hacer mi rostro visible.


Tu indolencia me desintegra
y me derrumbo sobre mil ciudades,
para jamás volver a encontrarme una vez más en ti...


Te maldigo,
pero no consigo apartar mi ingenio de ti...


En verdad te deseo,
mi sustento es tu vida:
respiro el recuerdo de tu aroma,
bebo tus lágrimas,
me alimento de tu soledad,
¡muero de tu odio!