IRREMEDIABLE
¿Qué veinte años no es nada? Así dice un tango y así lo afirmas tú que te brillan níveos los dientes y el pelo te brota en cantidades, veinte años, hija mía son muchos y no pasan indolentes. El tiempo es como un ciclón, algo benevolente con algunos y despiadado con otros.
Ayer, mientras me dirigía a casa con la imaginación desbordada en ese nieto que tu vientre promete, escuché una voz como traída del pasado que pronunciaba mi nombre, al voltear encontré a Melina, la muchacha rubia por la que perdí la cabeza hace exactamente veinte años, Melina, con su cintura pequeña, la sonrisa limpia y el candor de lo diecisiete en todo el cuerpo.
Su voz repitiendo mi nombre me arrastró irremediablemente hacía atrás, la miré sorprendido y en un acto reflejo la abracé con afecto sincero, ella respondió el gesto y luego sin malicia, sin pensar en lo que decía, comentó:
- Por Dios, casi no te reconozco. ¿ y me dices hija mía que veinte años no es nada?. Mentí por ser gentil, cuando dije: - En cambio tú, sigues siendo la misma. Fui conciente que repetía una frase hecha, mientras mis ojos buscaban en vano sus curvas acentuadas, sus senos erguidos, sus rizos dorados.
Caminamos por la arboleda de San Vicente y compartimos un café ¿cómo abreviar veinte años en una hora de encuentro? Me contó pasajes de su vida, le dije emocionado que sería abuelo y distraídos en esas cuitas espontáneas y ligeras, los años se disiparon como espuma y Melina volvió aparecer ante mis ojos, tan fresca, tan bonita, como en la época del noviazgo, es cierto que algunas arrugas le marcan el rostro, que ya su porte no es el mismo, las caderas ensanchadas por la maternidad, los rulos aprisionados sobre la nuca, pero en ese cuerpo transformado, persiste la sonrisa inocente, por la que tuve que liarme a puñetes con dos mocetones, que corrían tras sus pasos.
Qué cosas tiene la vida hija mía, aquella Melina inteligente y aplicada que soñaba con aires de otras tierras, con curar enfermos en la India y cruzar los mares en busca de sus sueños, es ahora una feliz esposa que espera a su compañero con la misma ilusión del primer día, le brillan los ojos cuando me cuenta de él, le pinta virtudes y dice que la felicidad para ella, es la que encontró sin buscarla el día que comprendió, que no hay que forzar las circunstancias para aceptar a los demás como son. Nos miramos a los ojos y sin hablar nos entendemos, la madurez, tiene sus recompensas, ella imaginaba su nombre brillando junto a las estrellas y yo amaba las matemáticas, sin hacer planes para el futuro.
En veinte años se recorren varios caminos hija mía, se van forjando los espíritus. El tiempo se come los sueños, calma las ansías y nos regala sorpresas. Ella, encontró la alegría en la simplicidad, sin dejar de ser importante y yo, soy importante y dejé mi simpleza en algún rincón y con ella el júbilo de vivir.
Despido a Melina con un beso en la frente, mientras ella me promete un guisado y un buen vino para conocer a su familia y yo le aseguró que el día que nazca mi nieto, le llamaré para darle la noticia. No sé, si pasarán otros veinte años para el reencuentro, lo que sí se, es que no pasará un solo día más sin que hagamos esas cosas que dejamos de hacer. Pero ¿por qué me miras con esa cara de incredulidad? Anda, ve a buscar tu abrigo que hace frío, nos internaremos por esas tiendas y entre esas diminutas prendas con olor a lavanda, encontraremos lo que hace falta para mi nieto y si es menester, hoy faltaré a dar clases, total, será la primera vez, que el profesor Rodríguez, dejé de cumplir sagradamente sus labores y se disponga a vivir.
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