Cinco de la mañana, el solo sentado en el sillon de su sala, color púrpura, con paredes con toques bizarros de cemento a medias, el cigarrillo perforaba el sillón de piel que había comprado en Liverpool. Y su vista ida fijada al cielo donde tenía pegada la foto de ella enmarcada de estrellas fosforescentes. Se escuchaban pasos en la calle, los primeros trabajadores se disponían a laborar, era lunes y el solo estaba. La baba lentamente resbalaba por su labio, el suelo lleno de recuerdos rotos, palabras perdidas y interminables conversaciones a medias, pendientes de papeles de todos colores, plumas lápices colores, era un collage su piso de extraños y viejos sueños, donde el seria feliz con ella. El humo impregno todo el cuarto con ese olor a rancio, de ese el cual te lleva a sentir melancolía y asco por ti mismo, pero sus narices estaban ya demasiadas gastadas, no podía olfatear ya nada. El tic toc del reloj de gato, melodramático pintaba el cuarto y lo sinfoniza, haciendo de el toda una buen obra de arte, listo para ser postrado en las tragedias del muerto. De repente en un salto de vida, su corazón volvió a latir, un respiro profundo, y una ráfaga de aliento fueron todo para que volviera, recupero el conocimiento, recordó quien era. Para después de entre el sillón sacara un puñal, con sus iniciales, ensangrentando y envuelto en una servilleta, una lagrima rodó sobre su mejilla, se seco la baba ya blanca de los labios, y tomo el arma con la mano derecha, estiro el brazo, y sin remordimiento, se lo clavo directo al corazón. Silencio quedo aquel cuarto, el suelo tomo sus últimos colores, y el collage al fin fue completo.