Se sienta en esa incómoda silla. La mesa es angosta. Llega un mesero a tomar la orden. Miguel pide un café espartano. El mesero, que no está para bromas, le pregunta a qué se refiere con espartano. Sin leche y sin azúcar, contesta Miguel. Mientras espera dedica su atención al local. Descubre un café de barrio central, con fotos de intelectuales enmarcadas en negro y colgadas en las paredes. Reconoce casi todos esos rostros serios. En una mesa dos tipos juegan ajedrez, otros dos observan atentos. Ninguno habla. Nadie habla en ese lugar. Aunque todas las mesas están ocupadas y todos tienen comida o bebida en la mesa no escucha ni charlas, ni golpes de cubiertos en los platos ni el movimiento de las tazas. Todo es silencio. Nadie se mueve. Todas las miradas están dirigidas hacia él. Siente miedo. No puede ser posible, es lo primero que piensa. No es lógico. Toma el menú y lo lee, ávido, disimulando hambre. El mesero le coloca el café de mala gana. Parece ser que el mesero ya sabe todo, ¿pero cómo?
La atmósfera es insoportable. Siente el desprecio de la gente que lo observa. No conoce a ninguno de ellos y es la primera vez que visita ese lugar, ¿cómo pueden saberlo?
Comienza a llover. Media hora antes había sol. Es suficiente. Quiere colocar un billete sobre la mesa e irse pero recuerda que ese es un acto típico en las películas de los que que por alguna razón deben salir huyendo sin tener tiempo de esperar al mesero. Su caso es contrario, porque él si tiene tiempo y no debe huir. Pide la cuenta. Paga sin dejar propina y sale. Apenas pone el primer pie en la calle escucha los sonidos de las tazas, las charlas, el golpe de la dama sobre la tabla y el grito de jaque mate... ¿Habrán esperado a que se fuera?, ¿Cómo pueden saberlo?
Llega a casa. La lluvia lo empapó completamente. Abre la puerta y entra diciendo hola. Se desnuda. Sale desnudo de su recámara y entra así en la recámara de su hija. Susana tiene ocho años. Cuando ve entrar a su papá no se sorprende, tampoco se asusta. En sus ojos hay resignación. Cuando papi cierra la puerta y se acerca a su cama tocándose entre las piernas sabe lo que va a pasar.
Es una lástima que la escuela termine tan temprano.
Es una lástima que la escuela termine tan temprano.
Es una lástima que la escuela termine tan temprano.
Es una lástima que la escuela termine tan temprano.
Cecilia regresa de trabajar, ya en la noche. Le llama la atención descubrir esa oración escrita repetidas veces en varias páginas del cuaderno escolar de su hija. La niña ya duerme. Entra a la recámara y descubre a Miguel en la cama matrimonial. Duerme también. Es bueno regresar a casa después de un día soso en la oficina y encontrar un hogar tranquilo, sin reproches de su marido por trabajar horas extras y con una hija aplicada que cumple hasta con las tareas más curiosas como la de escribir ese tipo de oraciones más de cien veces.
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