Me esparzo por la habitación. Mi cuerpo pinta las aburridas paredes blancas, y entonces vos apareces. El piso tiembla y las hamacas se rompen, pero vos caminas tan firme hacia mí, como si nada de eso estuviese pasando. Yo sigo desarmándome alrededor de tu pieza mientras vos caminas decidido pero sin llegar nunca. No importa, al menos el tiempo. Al menos el tiempo no pasa muy rápido y puedo verte, mirándome fijo. No importa, al menos el deseo. Al menos te sigo deseando enredado en mi cuerpo. ¿Y qué sería de la vida sin un amor imposible? Dejaríamos las paredes pintadas de blanco y no nos moveríamos hacia ningún lado. Me trato de convencer día a día de que vas a llegar hasta donde estoy yo, pero siento miedo de que no.

Lo indeciso y lo vulgar. La indulgencia de que me des un beso más. Yo me arrodillo y te ruego una caricia, pero a escondidas. Escondo mis anhelos atrás de mis ojos esperando que a través de ellos veas reflejado lo que sigo sintiendo después de tanto tiempo. Maldito el tiempo. Maldito el tiempo que pasa tan rápido y me roba tu cuerpo. Maldito el deseo. Maldito ese deseo que no sentís cuando me ves. ¿Sacrificarías tu vida por un momento? Consumiría mis días enteros por una sola noche en tus brazos, resguardada bajo tu piel, respirando tu aliento.

Patética enamorada, enamorada de lo incierto como tu amor perecedero. Te perdes en los libros, en las plantitas que tenes en tu ventana, y yo sigo deseando que te pierdas en mis huesos. Porque no me siento desnuda con tu presencia, me siento de carne y hueso, esparcida por una habitación, pintando las paredes blancas dibujando tus ojos y tu expresión. Al menos vos. Al menos seguís siendo vos por el que mi corazón suspira y no un engaño de mi imaginación.