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SE CAYÓ LA CRUZ DE PALQUE.

Con mucho cariño para Valetina, mi deseo
es que tu amiga se haya ido con el mismo sentimiento en el rostro que la Julita


Eran las diez de la mañana cuando se percató de la ausencia, miró a la entrada justo sobre la mitad de la puerta de la casa y gritó: ¡Jesús, niñas no está la cruz de palque! ¿Quién la sacó?. Dicho eso la abuela se santiguó tres veces. El grito de la Julita hizo que las dos mujeres mirasen hacia el lugar que la anciana anunciaba.
La Rosa miró, y efectivamente no estaba la cruz, preguntó a la Flora, ésta tampoco la había visto. “Yo siempre barro para dentro, mira niña que barrer para fuera es mala suerte. Quizás alguno de los chiquillos la sacó para embromar a la abuela” –dijo con convencimiento Flora, dos años menor que la Rosa- y agregó, “alguno de los chiquillos debe haber sido, ya verán; saben que la cruz de palque nunca debe faltar”
—Rosa, hay que buscar un par de ramitas hacer una cruz y ponerla de nuevo en su lugar, ¿tenís alguna cinta roja? -dijo la hermana menor-
—Si, tengo cinta, me queda un poco de la que sobró de cuando la María Rosa era guaguita, esa que usé con la medallita de la virgen del Carmen, para que no me la ojiaran.

—Niña -Dice la mayor- manda a uno de los niños por doña Cleofa, para que haga una contra, niña hay que limpiar la casa. Ña Cleofa con sus sahumerios y sus hierbas cura los males de amor y los otros también.
—Sí Rosa, ella debe tener algo por si nos han hecho algún mal. Hasta pueden habernos tirado tierra de cementerio en alguna parte. Hay que revisar bien todo el cerco. Que venga luego la Cleo, pero que no sepa el papá, él no cree en esas cosas.

Mientras los misteriosos acontecimientos se sucedían dentro de la casa; los dos hombres, - Raymundo y Emeterio, padrino respectivamente - se preparan para acompañar al cura en el Cuasimodo del próximo domingo, fiesta imperdible y, aunque Raymundo no es católico, cada año acompaña al sacerdote en ese recorrido post Semana Santa.

—Suegro, la abuela necesita que el cura venga a darle la comunión, mire que no pudo ir a la capilla el Domingo de Gloria, si no va, se enfermará más, capacito que le hayan hecho algún mal, mire usted que cuando anduvieron las gitanas, los chiquillos les tiraron piedras y, una de ellas le lanzó una maldición, así me dijo el Segundo.
—Emeterio, son los años, la Julita ya va para el siglo, tiene más de noventa años, así que tiene que enfermarse de vez en cuando.

—Padrino, después que pasó la gitana, la abuela a andado malita, hace leseras, está “como de la mente”, yo creo que el curita puede mejorarla.
—Leseras niño, cosas de antiguos, la Julita desde que enviudó comenzó a entristecer, el finao Rosamel era muy chucha, tu no habías nacido cuando murió. Fue un domingo de carreras, fue acá en el fundo, el Chamelo corrió varias veces y ganó casi todas las careras. Era muy bueno su caballo, corría pegadito a los toriles y como el finao era flaco, parecía que bestia y amo volaban. Por Dios que tomamos esa tarde, fueron varias garrafas de buen vino, claro éramos hartos. Cuando el Rosamel se fue a su casa, montó en su caballo y partió, en la curva algo asustó al animal, la bestia levantó las patas delanteras y el Chamelo cayó, dio con la cabeza en un tronco de eucalipto y no se paró nunca más. La Julita se entristeció re muchazo, enterró a su marío y comenzó a decaer. En esa época en el fundo, si trabajabas tenías casa, si no, al camino real con toitas tus pilchas.

—Padrino, usted no cree en brujerías, pero, yo también he visto muchas cosas y la Julita ha estado muy rara, si hasta ha estado bailando, se ríe con los chiquillos, ¿sabe padrino? Me le hace que le hicieron algún conjuro las gitanas.
—Cuando enviudó la abuela, vino a ayudarle a la Rosa y al final se fue quedando, trabajó hasta que pudo. La Julia, de mi casa se va muerta, ella ayudó a criar a las dos chiquillas y si desvaría, por algo será, yo mismito la voy a llevar hasta el cementerio.
—Si poh, padrino, acuérdese que cuando nació mi primer chiquillo, fue la Julita quien atendió el parto, ya que no alcanzábamos a llegar a la posta.

—Ella, ha hecho parir a muchas de las mujeres de por acá y ha curado enfermedades de no sé cuantos cristianos. Es como de la familia, la verdad Emeterio que es familia. Los cabros chicos de la casa, le hacen bromas, se ríen de ella pero, la quieren como a la misma abuela. La Julita está cansada. El Jueves Santo sacó de su caja un vestido muy antiguo, floreado, se acordó del Rosamel y anduvo bailando cueca, por eso, las niñas dicen que está endemoniá. Tiene más de noventa, está tan flaca que en el vestido cabe tres veces… si ya parece vela para pagar manda.

El domingo temprano partieron Raimundo y Emeterio, pañuelo en la cabeza, capa de seda amarilla y azul como bandera Vaticana, y cintas de colores colgando. Rosa y Flora engalanaron la carretela, se vistieron de fiesta y también fueron a la procesión, sólo la abuela quedó en la casa.

El cura espera en su carro con los caballos engalanados, la calesa va escoltada por un par de huasos; uno porta una bandera chilena y el otro la bandera del Vaticano. Detrás una larga comitiva le acompaña, carretas engalanadas llena de niños, luego caballos montados por hombres y mujeres. Todos avivando a la Iglesia de Roma y celebrando la resurrección de Cristo Jesús. El sacerdote lleva cáliz y demás artículos religiosos necesarios para entregar sacramentos a quienes no pudieron llegar a la capilla para recibir el cuerpo de Dios en el Domingo de Gloria, para estos efectos el cura se ha puesto sus atuendos para hacer misa. Recorrerá toda la parroquia dando comunión a sus enfermos.

—Padrino ¿por qué es esta fiesta?
—¿Cuasimodo? Viene de muy antaño, cuando los curas iban a visitar a los enfermos, por lo normal los asaltaban los bandidos y les robaban todo lo valioso que llevasen, de ahí en adelante iban con compañía, y con los años se hizo esta fiesta, el domingo siguiente a la semana santa los curas son acompañados para que entreguen la comunión sin que les roben.

Cuando llegan a la casa de Raymundo, el sacerdote hace comulgar a la abuela Julia, le dice palabras dulces que alegran el rostro de la anciana, luego de la comunión, las niñas hablan con él, éste lleva a la abuela a su habitación y de acuerdo al rito de la fe, saca el diablo del cuerpo de la abuela endemoniá, pero más que nada, el cura le entrega la Extremaunción ya que ve en los ojos de la Julita el deseo de descansar, de ir a la búsqueda de su Chamelo que le dejó sola en la tierra hace tantos y tantos años que ni le alcanza la memoria para contarlos.

—Raymundo.
—Mande, Julita ¿qué necesita?
—Los chiquillos creen que estoy loca y las niñas que endemoniá.
—No se preocupe Julita, yo les voy a retar.
—No niño, ellos son así, no son atrevidos, si me alegran también, pero, niño, me he estado acordando mucho del Rosamel, estoy cansada, es como si el chamelo me estuviera llamando desde el cielo o el infierno.
—No diga eso Julita.
—Niño, tú tampoco te casaste luego de que se fue le Rosa, ustedes son mi familia, si me voy, déjame cerca del Rosamel.
—Cumpliré con su deseo.
—Gracias, Rey, Gracias por estos años que he vivido con ustedes.
—Nada de gracias, si yo debo agradecer a usted.
—Abrázame niño.

El abrazo fue intimo, filial, por un lado los ojos de Raymundo se humedecieron y no lograron frenar un par de lágrimas que se secaron en el hombro de la anciana y por el otro lado, el rostro de Julia, se veía alegre mirando al cielo.

La mañana siguiente la abuela se colocó su más lindo vestido y recorrió el jardín, acarició a todos los niños, conversó con las dos mujeres, después del almuerzo, se tomó un mate, luego fue a su habitación en donde se acostó a dormir su siesta de la cual ya no despertaría nunca más.

Raymundo la sepultó al lado izquierdo de donde reposaba Rosamel.
Unos dijeron que había sido un maleficio, que el cura no logró sacar al diablo del cuerpo de la Julia, otros dijeron que era muerte natural. Lo que nadie discutió que el rostro de la julita era de profunda paz y de infinita alegría

Curiche
Octubre 6, 2007



Palqui o Palque, arbusto de hojas muy amargas y mal sabor, utilizado como conjuro, se hace una cruz con dos ramitas, se atan con una cinta roja y se coloca a la entrada de la casa, por dentro, con ello los males no entrarán al hogar, y a las brujas o brujos les costará más trabajar dicho hogar.
También usado como antifebril y sudorífico.










Texto agregado el 06-10-2007, y leído por 840 visitantes. (12 votos)


Lectores Opinan
04-11-2009 Selecciono al azar y leo.............realmente cumplen con su objetivo literario. aiwin
26-10-2007 En la sabiduría de tiempos pasados nos traes recuerdos, tradiciones, costumbres de tu pueblo tan parecidas a las de otros pueblos. En todas partes se cuentan historias parecidas. Excelente tu cuento y narrativa, amigo mío. Noguera
13-10-2007 Hace días leí este hermoso cuento, me recordó de mi infancia, pues mi abuela creía en esa cruz que ahora a todos nos parece una ignorancia. Me encantó darme cuenta que tus escritos siguen con ese estilo tan tuyo.Tan fluidos y los que se pueden leer sin nada que detenga tus palabras. No sabía eso de por qué se hacía el cuasimodo con tanta algarabía, sólo lo admiraba. Ahora se que es por lo que tú cuentas, y me encanta, tener esos conocimientos. Julita, pienso que tenía que morir porque Dios la llamó a su lado, no por esas creencias de conjuros,lo importante es lo de su sonrisa tranquila. Te felicito amigo. El otro día cuando lo leí, escribí un largo comentario, y el sistema se cayó, eso me pasa tan a menudo, y me deja loca, pues despues es muy diferente lo que escribo *********** Muchos besitos Victoria 6236013
13-10-2007 Estas lecturas me alegran el alma me gusta como el narrador se mete en la historia y como explica. Hace un par de días murió mi abuela y ahora Curiche la recuerdo .5* ismaela
12-10-2007 un cuento costumbrista realmente maraviooso, atrae de principio a fin Felicitaciones***** india
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