Si un hombre de Israel o de los
forasteros que viven en medio
de ustedes come cualquier
clase de sangre, lo aborreceré y lo
exterminaré, porque la vida del
mortal está en su sangre, y
yo les di la sangre como un medio
para rescatar su propia vida, cuando
la ofrecen en el altar; pues la sangre
ofrecida vale por la vida del que ofrece.
Levítico 17, 11.
–Que no se te olvide que mañana en la noche es el evento del Ensamble de las sombras.–
–¿Cómo crees que se me va a olvidar? Ese hombre es tan adorablemente extraño que es imposible perdérselo –le contestó Solange.
Entonces la voz emocionada de Kadiya se escurrió por el auricular –además me vas a acompañar para hablar con él un rato ¿no?–
–¡Ah, eso sí que no me lo pierdo!–
–Bueno, entonces allá nos vemos, adiós–.
El día avanzó lánguido y cuando llegó la noche Kadiya abrió la ventana como acostumbraba hacerlo para que el viento entrara y llevará sus palabras hasta los oídos del hombre que amaba. Ese hombre que jamás se había detenido a escucharla, que incluso la había despreciado. Kadiya se reprochaba de vez en cuando con vaguedad –a fin de cuentas artista–, sin embargo no perdía la esperanza de hablar con Musa, de decirle cuanto lo deseaba.
Platicaba a solas con el viento, murmuraba lo que había pasado en su día, le preguntaba como le había ido a él. En ocasiones entraba el aire frío en su habitación, mientras pronunciaba su nombre, –vaya coincidencia–, pensaba.
La noche del día siguiente ya se encontraba lista para ver a ese personaje tan frágil, esbelto, elegante, de un blanco perfecto en la piel, de facciones finas. El atuendo negro de Kadiya contrastaba con el color rojo de sus labios, quería lucir bien ante ese hombre.
Cuando el concierto terminó se coló junto con Solange hacia un lugar donde nadie las viera, esa noche Musa sabría de una vez por todas lo que el viento había recibido del aliento de Kadiya durante la oscuridad de cada día.
Y Kadiya se ensimismaba al pensar acerca de qué era lo que la atraía tanto de ese hombre, sentía algo extraño, como un presagio, quizá era demasiada belleza en un hombre, demasiada delicadeza pero no, no quería pensar en la posibilidad de que Musa fuera... ¡no, ni pensarlo!
Sin embargo, había algo mas que no podía entender porque no era el cuerpo y su belleza lo que Kadiya deseaba, sino que había algo en su alma, algo que no le era ajeno; y así pasaba los días tratando de averiguar qué era eso, quizá al hablar con él lo descubriría.
Estaba absorta meditando esto cuando Solange le dijo que no podría quedarse con ella. –¡No seas así, me lo prometiste! –le contestó Kadiya con un dejo de reclamo. –De verdad lo siento, tengo que llegar temprano –expresó tristemente su amiga tratando de disculparse.
–Ya qué, pero tú te lo pierdes –dijo Kadiya con aire retador, –Mmh, ya lo sé, pero ni modo será otra vez, mañana me cuentas todos los detalles ¿si?– y Solange se despidió de su amiga.
Kadiya siguió con su propósito, logró llegar al brindis privado que se ofrecía en la parte trasera de la construcción colonial en la que se encontraban. El ambiente había refrescado, se había vuelto algo húmedo y frío. Kadiya se acercó a la mesa de las bebidas y tomó una copa de vino tinto, mientras miraba a la gente que conversaba y se saludaba entre sí.
Musa no había salido ¿se habría marchado? –No, por aquí debe estar–, se dijo a sí misma esperando que fuera cierto. Y el tiempo se iba pesado, minuto a minuto, la espera larga. Musa no llegaba, Kadiya no perdía el anhelo.
Tomaba otra copa de vino cuando Musa apareció. Rápidamente se aproximó a él y lo saludó. –Hola, ¿te acuerdas de mi?–
Musa buscaba a alguien entre la gente cuando distraído contestó que sí. –Oye Musa ¿puedo hablar contigo? Sólo tres minutos, por favor.–
–Pero estoy ocupado –le contestó con desdén.
–¡Por favor!–
Dándose media vuelta le contestó –Espérame–.
Kadiya esperó mientras observaba a Musa platicar aquí y allá, mientras el recuerdo de esa actitud de desprecio que acababa de recibir le daba vueltas en la cabeza y en ocasiones dudó si era mejor irse.
–¿Cómo hablarle de amor si me detesta?– pensó angustiada recargada en un pilar de la construcción, mientras la fina y blanca dentadura de Musa brillaba a lo lejos al reír mientras departía con otras personas.
Entonces se le volvió a acercar –¿ya podemos hablar? –le inquirió ansiosa. –Por favor, compréndeme, ahorita quiero estar con mis amigos, pero bueno, déjame tu teléfono y yo te llamo.–
–Bueno –dijo desconsolada Kadiya sabiendo que esa promesa no sería cumplida. Con pulso nervioso le extendió un papel cualquiera en el que había escrito con prisa su nombre y su número telefónico.
–Entonces yo te hablo, cuídate mucho y que te vaya bien, gracias –le dijo Musa con una sonrisa acercándosele para besarla en la mejilla.
Kadiya se sintió en shock viendo ese rostro cada vez más cerca del suyo y sus pieles se tocaron, ¿por qué todo tenía que ser tan rápido? ¿por qué no podría recordarlo siempre? Sin duda lo olvidaría, cada día un poco más, hasta que su mente sólo recordara la acción como una simple premisa, no la sensación de aquellos labios rozando su rostro, ese cutis tan suave y esas palabras, articuladas sólo para ella, aunque hayan sido del más puro desprecio.
–Entonces nos vemos, cuídate mucho –dijo Kadiya pero Musa se había dado la vuelta sin escucharla.
Se dirigió a la salida ya que no tenía nada que hacer ahí sin embargo, fingió haber olvidado algo y regresó a observar unos instantes mas a ese hombre, para ver si descubría algo que le ayudara a liberarse de la eterna e insistente intermitencia del recuerdo de Musa.
Extrañamente cuando regresó el lugar estaba vacío, ni una alma en el lugar. Toda la gente que reía y conversaba en el patio se había esfumado. Su corazón, que latía cada vez más aprisa, se sintió estrujado por la duda y después por el miedo, su razón comenzaba a zozobrar en el delirio de la incertidumbre y el desasosiego.
Había perdido la calma y después de caminar aprisa, corría, pero no se dirigía la salida, algo la obligaba a correr hacia adentro del edificio donde todas las puertas estaban cerradas. Sentía que algo la perseguía, no distinguía con claridad, se sentía en peligro.
Esa presencia la miraba y quería acorralarla entre las paredes húmedas y frías, Kadiya las sentía cerca, trataba de asirse a ellas pero estaban tan lejos; estaba tan aterrorizada que por más que trataba de ver qué le perseguía, la mirada se le nublaba y terminó por llorar de desesperación. Aquel patio donde acababa de contemplar el ardor, sería escenario de su inimaginable suerte.
El helado viento le caló los huesos, cerró los ojos con la respiración agitada y sintió su cráneo y su cuerpo de espaladas golpear en un muro. Cuando pudo abrir los ojos observó frente a sí una mujer de blanco rostro sobre ella, apresándola. Era una mujer raramente familiar, sus ojos eran dos destellos azules que parecían mirar lo más recóndito de su espíritu, permanecían inertes, pero atentos. Su sonrisa se tornaba maléfica mostrándole sus afilados colmillos.
De lo poco que Kadiya podía ver en esa helada penumbra, distinguía los vestidos de esa mujer confeccionados con elegante terciopelo rojo, de un gusto exquisito. Ante esta visión tan singular su pensamiento se tornaba impreciso, en ocasiones olvidaba el temor y el dolor que le provocaba esa mujer al aprisionar sus brazos con tal fuerza y se confundía con emociones de pertenencia y de deseo perpetuo que no lograba reconocer una vez mas.
–¿Por qué tiemblas? ¿No me buscabas y deseabas? ¿No me hablabas cada noche, implorando que te poseyera? ¿No te recostabas desnuda por las noches, pretendiendo que mis manos acariciaran febrilmente tu cuerpo? –le inquirió la mujer, con una voz peculiar y tan conocida por Kadiya, con acento febril.
–¿Pero qué te pasa? ¿De qué hablas? ¡Suéltame, me estás lastimando! ¿Quién diablos te crees para hacerme esto? ¡Ayúdenme! ¡Esta mujer esta loca! –gritaba Kadiya desesperada forcejeando al sentir que la mujer le aprehendía con más fuerza.
–¡Cállate ya! –le gritó colérica la mujer con el gesto más cruel que antes sacando la lengua en forma lasciva y acercándola al cuello de Kadiya.
–¡Qué haces, asquerosa, suéltame! – chilló con coraje para recibir una bofetada en el rostro.
El dolor en la cara y en los brazos era intenso, aquella mujer la seguía reteniendo. Cuando disminuyó un poco su malestar abrió los ojos, pero ya no veía el hermoso rostro de la mujer, sino que encontraba frente a sí un terrible monstruo descarnado que se le acercaba. El aire se había vuelto denso y el olor insoportable. El terror le nublaba la mente.
Una vez que estuvo frente a ella, el ser desfigurado le mostró sus fauces llenas de afilados dientes y surgió un insoportable olor a carne podrida. La miró fijamente a los ojos y se abalanzó hacia ella.
El grito de Kadiya se ahogó en las paredes vacías del lugar, su cuerpo resbaló mientras la criatura tragaba la sangre que brotaba de la herida que le había hecho en el cuello. Inmóvil alcanzaba a escuchar el fluir de la sangre que la abandonaba cada vez más inconsciente, escuchando al mismo tiempo la queda voz de Musa –no temas–.
Continuaba inerte derrumbada en el suelo, su vista se aclaró y pudo ver que el monstruo había desaparecido. La luna llena brillaba en el sombrío firmamento y dentro de ella un instinto animal despertó con esa luz. Un dolor en las entrañas la sacudió y cerró los ojos.
Escuchó pasos, era una andar firme y elegante, ligero, una mujer tal vez. Intentó pedir auxilio pero no salió ni un sonido leve de su boca, estaba demasiado agotada.
Era la misma mujer que la había aprisionado antes de que el monstruo la atacara. Llegó hasta donde Kadiya, se arrodilló y la tomó en sus brazos.
–Eres fuerte –le dijo, Kadiya la veía con la mirada llorosa de dolor. No olvidaba lo que le hizo, pero ese cierto parecido con Musa se hacía cada vez más penetrante.
–Creo que es tiempo de terminar con esto –dijo la mujer.
Kadiya se sintió confundida y como pudo le suplicó –¡por favor..., ayúdame..., no me quiero morir!–, la mujer le sonrió y rozó sus labios suavemente con un beso. No podía resistirse ni argüir una sola palabra, la debilidad estaba acabando con ella.
La mujer tomó una pequeña daga y cortó su muñeca derecha dejando gotear la sangre sobre la boca de Kadiya.
–Bebe.–
Con el ligero soplo de vida que le quedaba Kadiya sólo sintió asco, aún le quedaba conciencia suficiente para continuar con la repulsión que le causaba esa mujer, ¿cómo amar a un desconocido? ¿cómo amar a alguien tan cruel? ¿cómo amar a otra mujer? ¿por qué estaba pensando en la palabra amor cuando veía a esa mujer?
–¡Qué asco! ¡Prefiero la muerte!–, gritó como pudo en contra de aquella hermosa mujer que la sostenía en sus brazos.
Pero gradualmente abrió sus labios, bebiendo gota a gota la sangre tibia que la mujer le brindaba, convirtiendo su asco en un infinito placer. Instantes después los borbotones de sangre caliente pasaban por su garganta, su sabor tan dulce, mientras sentía como un negro abismo la atraía vertiginosamente.
Caía cada vez más rápido en la oscuridad, alejándose de la luz, en un viaje etéreo, hasta que un golpe la apartó.
Con una imperiosa necesidad de saborear la sangre y con la debilidad a rastras se levantó del piso y se arrojó violentamente contra la mujer, quien la rechazó de un golpe que la proyectó contra la pared.
Y el tormento en las entrañas volvió, más intenso que antes. De nuevo recargada en la pared, el estrépito de mil derrumbes ensordeció sus oídos, insoportable, todo desaparecía, sólo la oscuridad y el estruendo, la luz dejaba su vida para siempre, imaginó que algo había desatado la Ira Divina.
La mujer observaba a Kadiya, que se estremecía recargada en la pared tratando de asir inútilmente las tinieblas a su alrededor, y le decía –abandónate, estás muriendo, ya no eres de este mundo, compartirás la eternidad conmigo–.
La mujer volvió a acercársele y se arrodilló a su lado, Kadiya sintió que las sacudidas se hicieron más intensas y dolorosas, su piel se estaba volviendo cada vez más blanca.
–Ahora seremos un solo ser, por la sabiduría de la humanidad que alimentó mi pasado, esta sabiduría esta en mi sangre, que ahora comienza a recorrer tus venas. Esta sangre que sustentó mi sed de conocimiento ahora es tuya también. Pasaremos la eternidad alimentándonos de la vida humana, seremos uno, no temas, no huyas, sabes quién soy, sé que me deseas, entra a la eternidad– le musitó la mujer.
Entre espasmos la mente de Kadiya le proyectaba la figura constante de Musa, escuchaba su voz, que le decía que vivirían la eternidad en el mundo, que la muerte jamás los tocaría, y se sentía complacida, lo tendría para siempre. El rostro de la mujer interfería con estas visiones resultándole más y más conocido.
Cuando le regresó la conciencia se halló en los brazos de las mujer que le miraba indulgente y que comenzó a desvelarle el misterio.
–Ahora lo sabes, ahora que has abandonado tu ser mortal, puedes notar la sutil diferencia. Sabes quién soy realmente. Esta es la razón que no podías encontrar, esto es lo que te embriagaba al verme pero te desconcertaba al no entender lo que era. Atendí todas las veces que me llamabas y cuando sentías la gélida brisa, yo estaba ahí deseando tomarte, contemplando tu ser, que se sentía más condenado y más desencantado por no tenerme. No tienes nada que temer, he venido para protegerte, para recompensar tu súplica, estoy aquí para hacerte mía, anda.–
Kadiya comprendió todo, sabía quien era ese ser que le había obsequiado con la vida eterna y la oportunidad de amarle por siempre. Sus nuevos ojos miraron a esa mujer, que sus inadvertencias de mortal concibieran como otro, reconoció en ese rostro y en esa voz a quien amaba, a quien había deseado ansiosamente.
Su corazón latía con renovada fuerza, el ímpetu tantas veces refrenado se desbordó y en un arrebato se acercó al rostro de la mujer, se descubrió en sus ojos, inhaló su aliento y acercándose suavemente, su piel burló con irreverencia el imperturbable orden del tiempo.
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