Señorita, ¿Podría tomarme la libertad de hacer una pregunta? Que estúpido. Ya perdí esa gratuidad, pero abusaré de vuestra confianza. Ya muchos zapatos he frotado sin conseguir los tres deseos y sabe, la veo andar con soberbia llevarse el cigarrillo a su boca, mirar a los lados antes de contestar el teléfono, porqué sabrá que la sigo con destreza y armado de un escudo cara dura. ¿No lo había notado? Lo veo en sus ojos asustados, que no entienden de preguntas frente a un vidrio que separa miradas, mas no logra romper la telemagia.
Señorita, sólo quería saber si es posible quedarme con el postre. Y si se aventura a subir sobre mi ilusión callejera de la depresión. Del hambre por verla allí sentada, con lágrimas brotando de su lápiz labial. Deseoso de un anhelo gastronómico, es como dicen, al hombre se lo conquista por el estómago, no sea tonta, no soy caníbal aunque a usted me la haría sazonada, y de no haber tiempo por estos frenéticos lapsos de la urbe en colores, comería de usted aunque ya he dejado la carne desde hace tiempo.
Quisiera revelarle mis más oscuros deseos, que da la casualidad son más de tres, y el futuro que guardo para cada una de sus partes, abismo compartirlo. Con su oreja escucharía la música de Kusturika y con vuestros dedos revolvería el aperitivo que enfriarían sus ojos pardos.
Con sus pechos de limón una parrillada familiar. Con sus muslos atléticos un budín para mi cachorro. Como verá soy más que un proveedor, me considero generoso, por lo mismo hasta a su marido haré llegar mi receta más famosa, un plato debidamente decorado, sólo necesito su palpitar para depositarlo sobre este diario y hacerlo llegar a su marido que sólo quiere saber ¿por qué mierda le engaña?
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