Escuché su voz decir palabras que atravesaban mi pecho,
el sentido de las palabras no las entendí, pero fue clarísimo sentir el odio en ellas, fue fácil estremecerse de desilusión, fue desprotegiéndome de ese amor que creí sincero.

Escuché su voz como estruendo venenoso que quería quitarme la vida, pero antes de morir sentí su mirada compasiva, lo que hizo erguirme, voltear y caminar lo más distante de él, dejándolo allá, atrás, lejos, muy lejos, desde donde ahora trata de alcanzarme.

Y aunque por amor le di dos hijos, nuestra lejanía es irreconciliable, escuché su voz decir “perdón”, pero de eso no sé, no es divino mi ser para darle clemencia, lo que si es seguro que de su lado no me he de apartar, aunque hace mucho que nuestros caminos se hicieron dos y para lados opuestos, llega la hora, en que las manos de nuestros niños se unen con las nuestras y es en ese lapso que vuelvo a creer.