El susurrar del río tranquilizaba mis sentidos, despejaba mi mente y me hacía olvidar que tenía que volver, aquel era el único sitio en el que podía estar tranquila, aquel era mi refugio, y sabía que en aquel lugar algún día estaría mi final.

Cuando ya no pudiera más, cuando por fin tuviera valor para terminar con todo, aquel sería el lugar elegido, no lo iba a dejar a él terminar con mi vida, aunque fuera lo único que decidiese por mi misma, ese sería el lugar en donde por fin iba descansar.

En aquel lugar solo se oía el correr del agua, el silencio del viento, el respirar de los árboles, que mejor lugar para poder empezar a soñar. Por fin un lugar en donde jugar con la niña que nunca había podido ser, reír de felicidad, felicidad que hasta que encontré este lugar no sabía que existía.

Este rincón en el que no existe nada feo, y todo resulta bello, hasta las orugas que sigilosas se deslizan cerca de mis pies, sin miedo a que las aplaste, porque en este rincón todo es bueno.

Cierro los ojos y sueño que no tengo que volver, que por fin soy libre, que se han roto las cadenas invisibles que me unen a él. Que él nunca ha existido, que nunca ha formado parte de mi vida. Pero como todo en mi vida solo es un sueño, y me tengo que levantar para hacerle la comida y todo vuelve a empezar, con suerte hoy vendrá de buen humor y solo me gritará, “por favor que hoy venga de buen humor”.