Solo recuerdo que lo ví caminar hacia mí, su cara era la viva imagen de lo que podemos llamar felicidad, recuerdo que me invitó un cigarro y me empezó a contar.
Llegaba del trabajo a su hogar, su mujer era una persona que no ponía mucha atención al hogar y eso le desagradaba. Se habían casado muy jóvenes. Abrió la puerta que parecía más pesad que la noche anterior, la vista era la misma: polvo concentrado en las esquinas de la casa y un mabient enrarecido a humedad, sólo eseraba que esta vez la cena si estuviera en la mesa... adviné: no era así. Entró a la recámara esperándo verla para poner en claro su molestia. Ahí estaba, entre las cobijas, ella lo miró con un rubor en su cara que era inusual, entre sus piernas estaba la cabeza de una persona más, quitó la cobija con las manos desechas, sintiendo que la piel se quedaba entre los hilos de aquel embozo. Era otra mujer. Su esposa se defendió argumentando que era un regalo para él, ¿cuántos hombre desearían estar con dos mujeres en la cama? -¿Cuántos hombres te lo han hecho para que digas eso? -le respondió él. Sólo había una cosa más que hacer según su mente: con la fuerza que le quedaba en sus puños comenzó a destruir esa escena y a sus protagonistas. Huyó de la casa, su mente estaba invadida de un fárrago de pensamientos que atormentaban la decisión de seguir caminando, ls campanas de la iglesia sonaron, comprendió lo que debía hacer. Subió a la torre, abrió sus manos y su cuerpo se precipitó hacia el abismo, al llegar al suelo, abrió la puerta de su casa y encontró a su mujer en la estancia esperándolo para cenar, el aroma era esquisito.
Cuando me contó esto quice llenarme de felicidad como él, pero sabía que cada noche regresaría, y sería así, hasta que se aburriera y tomara otra desición que lo llevaría al mismo final para encontrar lo que anhelara.
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