Miró la ventana por ultima vez, bien sabía que ésta era tal; en sus recuerdos lejanos oía sonar la banda del pueblo como una mole gigantesca compuesta por dos trompetas fijas y cualquier cantidad de niños que para no ir a estudiar a la escuelita, se inscribían bajo la mirada vigilante del párroco José, un anciano que había iniciado en el oficio con las mejores intenciones, pero con el pasar de los años se dejó ganar del libido adquirido en el seminario y empezó a llamar a los niños que tocaban el clarinete a tocar el órgano en la parte más alta y solitaria de la iglesia.

Ese olor característico a cosas viejas, no se quitaba de su memoria, madera húmeda, bolitas de alcanfor, y la fragancia perenne de Rocío, su primer amante.

Todo ese cúmulo de recuerdos viejos lo mantuvieron vivo en esos largos años en el extranjero, en especial el de la banda, que con sus desafinados acordes plasmaron en la memoria del niño la idea de hacer música bella. Esta idea se acabó, por falta de voluntad, o ganas de innovar, o el pájaro, la calle, la catedral gótica, o maldito frío, creo que me equivoqué, no debí haber hecho esto, no puedo alcanzar el teléfono las luces. Duele. Rocío... Padre nuestro...