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Don Felipe Conejeras a nada temió más que a la idea de la propia muerte. Al menos, hasta el momento de emprender aquel último viaje, que siempre juzgara lejano e inverosímil, y que habría de llevarlo de regreso a Villa Matogrobén, otra vez finito y melancólico, y libre de todo mal. Fue en aquel revelador instante que vislumbró el génesis de sus temores. Desde entonces, y hasta el último anochecer de su existencia, abrazó la terrible certeza de habitar el mismo universo que siempre contemplaran sus ojos. Así emprendió la última de las batallas. Sin más razones, ni mayor convicción, que la unívoca seguridad de un devastador fracaso como única perspectiva posible. En tales circunstancias, y como último recurso frente a la desesperanza, fue concebido el breve manuscrito que a modo de legado redactó trabajosamente, y que diferentes azares depositaran en mis manos luego de años signados por trágicas determinaciones y adversos destinos. He aquí, la fiel trascripción:

“No he de fatigar horas en vanos esfuerzos, sin antes consolidar los cimientos de la empresa que desvela mis horas; ni he de aventurar pasos en dirección alguna, sin antes referir las razones que a ella obligan. Sin embargo, ahondaré solo en detalles que no sobrepasen el límite de lo estrictamente esencial. Sin más, dirigiré todas mis energías a echar luz sobre la apremiante necesidad de acción que las actuales circunstancias exigen:

No existe azar más que en la humana necesidad de perseguir elevados fines, apenas comprendidos y débilmente sospechados, frente al inevitable devenir del caos que todo lo gobierna. Debido a esta razón, no he de llamar casual al encuentro con el doctor Eusebio Saldañez Larrazabal, sino producto inevitable del destino, que tuviera origen en la remota creación.

Por cierto, días inquietantes sucedieron tras aquella circunstancia, no como consecuencia del terror que todo abarcaba en aquellos primeros tiempos, sino debido al disgusto de enfrentar la suerte junto a personas que juzgaba insoportablemente miserables. El ingeniero Bernardo de Benavides y Honorio Guzmán, desistieron de la empresa frente a las primeras dificultades, que no tardaron en presentarse. Simón Isaac sucumbió ante la desesperanza, luego de vender cara su alma. Los hermanos Rosales, Santiago y Rosendo, jamás regresaron tras partir en busca de la bella Marta Mirabeles, de quien confesaron ciego amor, al igual que el doctor Saldañez Larrazabal. Juan Arévalo Sánchez, Pedro Arieta, y el polaco Ryszard, a quien supimos admirar debido al arrojo y determinación ostentada, nunca superaron el laberinto de vicios que poco a poco hubo de enredar sus destinos. Solo Raed Dos Santos, fue capaz de persistir sin quebrantos, y alentar mi espíritu en esta batalla.

Seiscientos días han transcurrido, desde la última tarde en que supimos del doctor Eusebio Saldañez Larrazabal.

–¡No mas que demonios han seguido mis pasos!– Gritó, desde el umbral del prostíbulo donde encontró el último refugio. Y desde allí, arrojó su diario al fuego. Y de las llamas, tan solo sobrevivió el testimonio de su último dolor, de la última hoja:


Día 12042: ¡Oh mi señor! ¿Qué es de Ti? ¿Qué terrible avatar consume tu eterno tiempo? ¿No soy acaso Tu hijo? ¡Nada queda ya de mi fe! ¿Qué prueba es esta, a la cual me sometes? Mira este pobre hombre que aún abraza Tu amor. Mira, Tu que alcanzas, el lodo que consume a quienes acompañaron mi balsa. Mira los pesares que ha de sufrir la dulce Marta y su pequeño; Mí amado hijo: ¡A quién he abandonado por Ti! ¡Al menos, concédele el favor de la dicha! ¿O es que nada puedes ya?



Tras esta breve reseña, expuesta tal vez de manera precipitada, y aún poco clara, he de referir el accionar trazado, comenzando por Raed Dos Santos:

Meses infatigables de pecado y lujuria, aseguran una sencilla entrada en los reinos del dolor. Incomparables son hoy las condiciones. No existen dudas del éxito al que nuestra empresa está predestinada. De las propias sombras brotará la luz que hemos de utilizar de bálsamo. Una vez juzgados los necios, reinará por fin la cordura; y el dolor será solo una longeva anécdota.

Con respecto a mi propio destino, he de ser el iniciador el viaje de Raed Dos Santos por medio de la llamas, para evitar sospechas y no perder así el importante factor sorpresa. Luego, he alcanzar el mas puro de los estados. He también de rescatar al doctor, pues solo El conoce al Padre y al Reino. Luego, he de iniciar mi viaje. Allí, al igual que en los infiernos, serán desterradas las apariencias en privilegio la luz. Entonces, llegarán los tiempos de la dicha y la batalla habrá concluido. ”

Por cierto, quizás juzguen producto de la insania a la empresa emprendida por aquellas trece personas, entre las cuales he de contar a mi madre y a mi padre. Sin embargo, nada mas cercano a la realidad puede encontrase en ella. Algunas razones inexorables afirman estas circunstancias, mientras que otras permanecen en el más oscuro de los misterios: Aún desvela mis sueños las motivaciones que llevaron a Don Conejeras y a Raed Dos Santos a enemistarse, luego de sus victoriosas batallas. Desvela también mi dicha el destino sufrido por mi madre y mi padre, de quienes jamás he sabido, y también la suerte del Señor, mi desconocido abuelo.

Texto agregado el 03-10-2007, y leído por 570 visitantes. (39 votos)


Lectores Opinan
11-02-2008 Una historia completa, temida que despierta la curiosidad por conocer el final de todos. Ahora temere mas a la muerte porque Nada queda de mi fe!. Bravo! piara
04-12-2007 Buena narrativa. La interpretación puede ser multiple y complicada, al crear una lucha de sentimientos dificiles de identificar +++++saludos antoniana
04-12-2007 no,no caramba. No fue una crítica, ni nada por el estilo. Fue más bien una sugerencia para que veas una técnica divertida pero para vos. Me gustó, en serio. kuroq
26-11-2007 Me gusto, no tengo nada contra tu lenguaje pero si es bueno enfocar un poco mas los personajes.... **** ilov
24-11-2007 Me perdì, los personajes son muchos para un cuento tan corto y no se diferencian mas que en los nombre. Y si, comparto con kuroq que tenès que acercarte a un lenguaje mas cotidiano. Es un buen intento. Saludos. asno
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