Últimamente me dueles.
No pretendo explicarte el por qué ni el cómo cuando ya, como decía aquella canción, “nos sobran los motivos”. Sería estúpido pretender plantar mil rosas en el asfalto para levantar una sonrisa de tus labios. Ni siquiera me conoces. Me he perdido y he regresado, y ahora ya nada es lo que era. No soy ni más joven ni más viejo, sólo una página en blanco sobre tu pecho. No usaré al referirme a éste términos como “inmaculado” o “sublime”; no lo necesito ahora que estoy frente a una pantalla de ordenador, si acaso algún día los necesitase los utilizaría, pero dudo mucho que este sea el momento.
Pensaba preguntarte algo que empezase por “recuerdas…” pero poco o nada podemos recordar juntos ¿O sí? ¿Qué importa el pasado cuando no sabes del presente?
Quizás la pregunta me la debería hacer a mi mismo: ¿Recuerdas, sucio embaucador, la vez que la viste sin haber conocido su rostro de cerca?
Malditos demonios que hacen que dude de dudar. ¿Te sucede algo similar? Yo me intento acostumbrar pero nada, siempre me doy de bruces contra la misma pared.
Quiero follarte el alma.
¿Alguna vez te dije esto? Puede que en algún sueño. Poco o nada importan tus cabellos, tus pechos de niña, las muecas que nunca me hiciste. Quiero tu alma, no para absorberla pues en nada me parezco a una máquina succionadora. La quiero para verla libre que es, a su vez, la única forma en que yo veo atisbos de libertad. ¿Entiendes que es la libertad? Eres tú. No seas modesta y mírate al espejo: se ve en tu mirada, en tu sonrisa, entre las uñas de tus dedos, se ve en tus pasos que suenan a mis suspiros.
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