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Al desconocido de la plaza... lo supe por las noticias en la televisión.
El invierno era cruel esa mañana que lo despertó al dejar caer una delgada escarcha sobre su cuerpo. Se levantó pesadamente estirando sus músculos de viejo e inspiró con fuerza el aire frío que inundó dolorosamente sus pulmones.
Caminó por las calles solitarias deteniéndose en las esquinas para observar las chismosas ventanas por donde asomaban las mujeres del barrio. Algunas, con la mirada extraviada en los techos vecinos, simplemente lo ignoraban. Otras le daban restos de comida que él tomaba entre sus manos temblorosas.
En sus recorridos cargaba en los hombros un gran saco que llenaba de desechos, y cuando el día estaba soleado le gustaba tomar un poco de sol sentado en el dintel de alguna puerta. Aunque ese día el frío y las calles vacías le recordaron que era invierno, se sentó en la escalinata de la iglesia y mientras frotaba sus manos, comenzaron a llegar los recuerdos.
Las imágenes de su juventud le llegaban nítidas en esos momentos de angustiosa soledad en los que hasta podía oír el sonido del viento entre las ramas de los álamos que delineaban el borde del camino polvoriento que llegaba hasta su hogar. El alma casi le estallaba cuando recordaba el día en que desde aquel maldito camino, divisó una enorme columna de humo y desde el que nunca más se perdonó el haber llegado tarde a apagar las furiosas llamas que consumían su hogar con violencia. Desde esa noche ( y todas las demás ) durmió en la calle. Así llegó a la ciudad, sólo esperando morir y ya había pasado mucho tiempo desde aquel día triste.
El sonido de una moneda lanzada por algún transeúnte lo sacó de sus nostalgias y con el corazón aún doliéndole se dirigió hasta la plaza donde acostumbraba a dormir. Entre las sombras divisó las extrañas siluetas de los juegos para niños que por las noches se transformaban en horribles sombras que le hacían compañía. De su bolsa sacó unas mantas viejas y se acomodó dentro de uno de los juegos que durante el día tenía la forma de un volcán azul por cuyas laderas los niños se deslizaban felices hasta chocar contra la arcilla del suelo.
Trató en vano de dormir pues el frío se hacía cada vez más intenso, buscó a tientas una caja de fósforos y logró encender un minúsculo fuego. El calor lo adormeció, suspiró profundamente llevando una bocanada de humo a sus pulmones.
Despertó de súbito sintiendo que se asfixiaba. Nada podía hacer, estaba completamente solo y ni las sombras que lo rodeaban pudieron evitar que escuchara nuevamente al viento resoplando entre los álamos. Trató de pararse pero cayó de bruces sobre las llamas que no se extinguieron hasta que el amanecer, de pura tristeza, lloró al ver como todos rezaban por el alma del pobre vagabundo que todos conocían pero nadie sabía su nombre.
Yo se lo pregunté una vez mientras jugaba en la plaza y sí lo sabía...
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Texto agregado el 24-03-2004, y leído por 582
visitantes. (4 votos)
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Lectores Opinan |
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02-04-2004 |
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Que conmovedor relato! A veces no ponemos atención en las personas de la calle que encierran todo un mundo en su interior lleno de historias que contar y fascinar. Me gustó tu sensibilidad al contar este cuento, se puede percibir la relación de afecto (auqnue breve y ligera) con ese desconocido como lo llamas. Aquí escribió un corazón solidario. Cariños carolinaeme |
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24-03-2004 |
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Quien sabe que desafortunadas circunstancias llevan a las personas a terminar en la calle, y creo no somos lo bastante conscientes de que nosotros mismos podriamos terminar así, seguramente si lo fueramos nos preocupariamos mas por ellos, es un buen cuento, muy bueno yoria |
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24-03-2004 |
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Un deambulante de la vida, que vive sin esperanza, y muere por lo contrario... buscándola.
Me ha gustado esta narración. Pero me quedé intrigado por el nombre. rodrigo |
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