I
Cuentan de él…. que una noche abrió los ojos bajo el signo de cáncer, con la duplicidad de los entes en sexos diferentes, la ciudad fue de repetidos nombres, ya sea en Argentina o en España; nunca la hizo su patria pero la ha amado como a todas sus mujeres.
Los azares jamás fueron buen consuelo, el trajín de la vida deparó que a temprana edad conociera a Samsa en unas viejas hojas amarillentas mientras su cuerpo transmutaba a escarabajo.
Al pasar del tiempo recuerda aquel prado con un verde intenso, de esa fuerza que sólo habita en las grandes campiñas de México y con esa nostalgia que sólo un niño puede definir, la tarde había llegado y él, en medio de la numeraria, había decidido ser escritor.
En el estado de sopor viajo hasta Chile donde curiosamente moraba una Venezolana, el todo se cubría de letras y aparecieron entes libres que rondaban por el ambiente, la amistad ahí nació.
II
Se dice de él…. que su vida fue un cementerio de sueños y una pradera de desesperanza, se dice que un día abrió sus alas a la libertad y se convirtió en Antar el Hombre.
De su mundo, como gotas cual rocío solo humedecen en la madrugada, el líquido amargo de la interrogación se trasforma en ser, nada ha pasado y probablemente nada pasará.
Una tarde bebió, sin saberlo claro está, un veneno amargo que mataba arácnidos, en su afán de seguir siendo niño voló cometas y piloteo aviones, en el todo transcurría.
La marca de sus pies no surco arenas, sino superficies que en el agua reflejaban imágenes, le gustaba pisar su propio yo.
-Qué es esa marca-
-Hace muchos años hijo, alguien trato de matarme, yo era muy joven, una pistola escupió fuego y su aliento se clavo en mi espalda, tu todavía no nacías.
Esta marca es lo que queda de aquella noche, ya no está el carro, ni aquella muchacha que me acompañaba, la ira feneció en un día sin sol cuando lo encontraron muerto a las orillas de la ciudad-
Todos tenemos marcas, aunque no todas palpables, pero la ira en nosotros no ha muerto.
III
Cuentan de el que en un tiempo lloró todas las lágrimas posibles, su familia ya no estaba en casa, los muros se quedaron con los mismos cuadros y las sábanas con los idénticos sudores pero su ausencia se hacía presente, fue responsable de sus actos sin tener una docena de años.
Hoy ha duplicado aquel conjunto de días, sus actos siguen siendo responsabilidad suya, el amar se ha convertido en una necesidad pero ahora su amor es pasional, como un salvaje que retoma sus ancestrales deseos.
Años atrás fe fue a conquistar el mundo, su empresa, estudiar Ing. Química en una ciudad de ancestrales ayeres, una ciudad que repite en cada esquina que puede ahogar a la gente buscando sus aromas.
El anclaba sus presiones entre el pavimento decorado con piedra de santo Tomás, rojo y negro, similar a la gran batalla del ajedrez.
En el cielo el altísimo aprisionaba a sus soldados de plomo, -diría Sabines "de carne y hueso"- otorgaba libertad en la bocanada de vida y luego dejaba que pereciéramos en este ruedo de arena y fuego, todo era un festín, risotadas entre la multitud pero el hombre lloraba, El, del que cuenta esta historia, lloraba pues había visto el rostro de Cristo, no en el templo, no en la manta, vio el rostro del Cristo en carne y hueso, detrás de las lágrimas y del sufrimiento. Otro poeta ha dicho, "sólo los virtuosos pueden ver la cara de Dios" él lo escuchó en algún lugar y sonrío pues pudo desmentir a León Felipe -"No sólo los virtuosos pueden ver la cara de Dios, también los pobres de cuna, los frustrados de vida, los hombres como yo"-
De ell se ha dicho mucho, entre su corazón surge el fuego y el amor.
De la soledad y de la noche es amante.
IV
Soñaba que soñaba, imagen repetida por Calderón muchas veces, soñaba que soñaba sin ser rey, sin ser rico, sin ser en algún momento ser.
De los Pirineos vagos recuerdos, pero de la nostalgia, de la lluvia, del rítmico sonar del tren lo sabía todo.
Entre la sombra del sueño sus manos recorrían las telas, aquella silueta perdida, el deseo de dos desconocidos que se robaban las noches, los alientos.
Era una noche, la noche repetitiva en el transitar del mundo, todos los días y todas las noches las había reunido en ese momento, sus labios tiritaban, no era frío, ¿la amaba? No lo sabía, pero aquel viaje era perfecto, el tiempo se fundía, lentamente caía hacia el precipicio absurdo de la necesidad.
Fue un beso primero, ligero, se sabía observado en su silencio; la necesitaba, si ella hubiera sido cualquier otra, el ritual sería el mismo, una sonrisa, una caricia y después; el sexo. ELLA era diferente.
Quería desnudarla, mostrarle que entre las manos se encontraba el frenesí, la compasión, el rito ancestral, el pequeño elixir que nos hace entes.
Lo pensó, lo supo de esta forma lo supo cuando el noela de su cuerpo se juntó, lo supo en el momento en que los plegistos de ella clamaban ser mordidos, cuando de entre sus cirtensuscos emanaba miel que la boca recogía hasta llevarla hacia sus sexos.
Todo era cadencia, simple y entera, sus caderas gritaban, se unían formando celisticos interminables, jolumbulos sublimes cubriendo al erecto minvulus jadeante.
La quería, la forma de su espalda era perfecta, la circunferencia de sus pezones agraciada, los muslos y las piernas insinuantes, la vasija de su serpiente Kundali era increíble.
La besó tiernamente, bajó su exhalación hasta aquel pubis de bronce, probó el dulce sabor de su sudor, las palabras fueron los perfectos arquetipos, millares de explosiones se incrustaban en la piel, no eran simples orgasmos, eran divinidades que nacían en cada poro de su ser.
Lo supo cuando el sueño de aquel sueño terminaba, cuando la muerte recordaba que era un simples rebelde perdido en la inmensidad de las curiosidades.
V
Nada, y nada más piensa el poeta en esta noche, de futuras líneas platicará después.
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