¿Te has puesto a pensar en todas las cosas que pasan en un minuto en el mundo?
Imagínate que vas caminando por la calle. Se te acerca un tipo a preguntarte la hora y tú le dices “las tres con cuarenta”. El tipo vuelve a preguntar y agrega “¿estás seguro?”. ¿Estoy seguro? No sé con exactitud, pero algo confundido veo mi reloj y ahora son las tres con cuarenta y un minutos. “No” le respondo, a lo que añado “son las tres con cuarenta y un minutos”.
- Lo sabía –me dice, y da un golpe con su puño derecho sobre su mano contraria. Me mira a los ojos y grita- nada de esto es real. Primero es aquello y luego lo otro. ¿En quién confiamos? Ni usted está seguro de lo que dice. ¿Siente hoy su cuerpo?
- Este tipo debe de estar loco –pensé.
- ¿Qué día es hoy? Necesito saber el día. Por favor ¡que alguien me diga qué día es hoy! Si es jueves estoy atrasado, y no podré llegar. No. ¡No! He dicho. Estaría fuera del alcance de mis manos y aún mi boca seguiría balbuceando frases tratando de llegar, pero no. no llegaría. ¿Qué día es hoy? ¿Sabe usted?
Yo permanecía mudo contemplando a aquel sujeto, un viejo hombre de calles, que vestía un pantalón gris, tan desgastado como él, una camisa blanca con líneas de distintos colores y una chaqueta llena de hoyos, como si hubiese peleado contra una banda de perros.
- Pero si hoy es martes –dijo luego de pensar un rato- podré llegar a tiempo -al decir esto, comenzó a reír y a saltar de alegría-. ¡Si, así es! Llegaré y seré el primero. ¡Oh sí! “Aquí llega el primer hombre”, oiré decir por el alto parlante, y entraré triunfante.
- Llegar a ¿dónde? –pregunté.
- ¿Pero es que acaso no sabes?
- ¿Saber qué?
- ¿Qué día es hoy?
Lo miré algo confundido y me quedé mudo. Hasta dudé de qué día es hoy. Había en él algo que me causaba gracia, y a la vez, lo encontraba absurdo.
- Creo que es justo el día después de ayer y antes que mañana –le respondí tratando de seguir con su juego.
- Pero cómo no me lo dijiste antes. “hoy es el día después de ayer y antes que mañana” –mientras decía esto puso las manos como si estuviera leyendo un gran título puesto en el cielo-. O sea –comenzó a pensar, y luego resolvió por decir- ¡hoy es el día!
Una risa brotó de mis labios, a la que él acompañó con la suya. Yo caí en una confusión cada vez mayor, pero aún así seguía el juego.
De pronto, me agarro la mano y me tiró por la fuerza, como queriendo llevarme hacia algún lugar.
- Entonces vamos, apurémonos para llegar temprano. No queremos que alguien llegue antes que nosotros quitándonos el privilegio de ser los primeros. Es todo un honor ser el primero; oír la entrada por los altavoces y ser reconocidos por todo el mundo como los primeros.
- Pero si llegamos juntos – comencé a explicar- ¿quién entraría primero? O ¿llegaríamos los dos segundos? porque no sabrían a quien poner primero.
Había comenzado a delirar, entre tanto llegar primero y que día es. Estas palabras me daban vuelta la cabeza y ahora se habían vuelto en mi contra. ¿Qué me estaba pasando?
- Entonces tenemos que armar un plan –dijo, dirigiéndose a mí-. Hay que luchar contra ellos. Nos quieren quitar nuestro derecho de ser los primeros y no lo vamos a permitir. No señor. Ellos declararon la guerra sin pronunciarla, pero nosotros somos mas (más) sabios. Ten fe mi amigo, que seremos los primeros.
Esto de ser los primeros me estaba comenzando a dar un dolor de cabeza. Ser los primeros de qué. Llegar a dónde. No entendía lo que me decía este hombre. Sin embargo lo seguía. Seguía a este personaje misterioso, que vino a preguntarme la hora y el día, y ahora me tenía siguiéndolo a este lugar.
Recorrimos muchas calles, las que se me hacían cada vez más familiares, hasta un punto en que juré, ya habíamos pasado un par de veces por ellas. Es más, habíamos estado dando vueltas en círculos durante mucho rato.
Seguíamos caminando cuando de pronto paró y se dirigió nuevamente a mí, con la misma cara de preocupación que mostrara la primera vez que habló conmigo.
- ¿Qué hora es? –preguntó.
- Las cuatro con treinta y seis minutos, casi treinta y siete.
- ¡Casi treinta y siete! ¡No! ¡No! ¡No! esto no puede ser. Casi treinta y siete –se agarraba la cabeza con las manos y gritaba moviéndose en todas las direcciones-. Dime de nuevo la hora ¡¡¡dímela!!!
- Las cuatro con treinta y siete minutos.
- Menos mal, que alivio
Se sentó en el suelo, sacó un pañuelo de su bolsillo y se limpió el sudor de la frente. Volvió a guardar el pañuelo y esta vez sacó un papel con una nota. Me la acercó y me dijo
- ¿Ves? Mira con cuidado
El papel decía:
"Te espero el miércoles.
Llega a la hora exacta y serás el primero.
Escucharás el nombre por el altavoz y sabrás dónde encontrarme.
Laura"
- ¿Ahora entiendes? Si no llego primero, no la encontraré
Miré el papel con cuidado, y se notaba un desgaste de la tinta y el papel, con lo cual supuse que era una nota antigua. Los bordes se estaban poniendo amarillos, como el diario cuando queda mucho tiempo bajo el sol, y la tinta se estaba comenzando a borrar.
¿Quién era esa Laura que lo esperaba?
Seguimos caminando senderos sin sentidos, en donde pude ir conociendo cada vez más a este extraño personaje. Aunque ahora ya no me parecía tan extraño, es más, lo consideraba un nuevo amigo. Su cara mostraba distintas facetas que iban cambiando a medida que avanzábamos.
Una vez más sacó el papel, lo abrió, lo leyó un par de veces como tratando de memorizarlo y me lo extendió, pero esta vez permaneció callado.
- Sabes –le dije -, a veces en la vida uno vaga buscando ese algo que nos llena, algo que le de sentido a nuestra búsqueda.
- Pero la espera nos vuelve impaciente y ahoga nuestras expectativas en un mar de frustraciones. Por eso es importante captar todos los signos y señales que nos entregan, como este papel. Toma.
Cogió nuevamente el papel arrugado. Lo leyó unas tres o cuatro veces más y me lo pasó. Lo leí lentamente, procurando buscarle algún sentido, hasta que unas frases comenzaron a quedarse grabadas en mi cabeza: “te espero... llega a la hora... escucharás el nombre... y sabrás... encontrarme”. Esta idea empezó a dar vueltas en mi mente de tal forma que el nombre Laura se me hizo conocido e incluso comencé a tratar de imaginármela. Por ello quise saber más de ella.
- Creo que me gustaría conocerla
- ¿A quién? –Me preguntó.
- A la mujer de la nota. ¿Cómo es?
Al decir esto, su cabeza viajó a otro mundo, otro planeta, la verdad no sé, pero debo admitir que en este mundo no se encontraba. Sus ojos parecían soñar, mostrándose brillantes y claros como si la estuviese viendo justo frente a él.
- Es una mujer alta, aunque a veces la veo baja. Su forma de bailar cautiva hasta al más frío. Su mirada penetrante, dejaba notar mucho sufrimiento, que también expresaba en algunas partes de su cuerpo por los años de servicio. Su pelo siempre cambiaba de color y forma, por lo que deduje usaba peluca. Su cuerpo casi perfecto, a excepción de algunas manchas y rasguños, “gajes del oficio” como solía llamarles ella. Cuando la veía bailar, podía olvidarme de todo el mundo solo para contemplarla a ella, pese a que estaba rodeada de hombres, en el fondo yo sabía que era a mí a quien miraba. Podía escuchar en su suave voz, el eco de mi llamado. En cada movimiento, en cada mirada, en cada gesto y hasta en su risa escuchaba mi nombre.
Luego de decir esto se sentó, sacó nuevamente el pañuelo y se secó unas lágrimas que había dejado caer.
- ¿Qué hora es? –Volvió a preguntar luego de un rato.
- Eso ya no importa - le respondí -. Lo único que importa es encontrarla
- ¿Y el día?
- También puede esperar. Tenemos que apurarnos. No queremos que otros nos quiten el privilegio, escuchar por los altavoces nuestra entrada triunfante y ser reconocidos por todos como los primeros.
- Cuando llegue, iré donde ella y le tomaré la mano y le invitaré uno de esos vinos que tanto le gusta, así se quedará conmigo toda la noche.
- Yo la veré y caeré rendido a sus pies, pero no sin antes haber bailado una pieza con ella.
- Y luego le pediré que solo baile para mí...
- Entonces vamos ya –lo interrumpí -, no hay más tiempo que perder.
El sol permanecía inmóvil sobre nuestras frentes, fatigando nuestra marcha, como secando la poca energía que nos quedaba. Aún así caminábamos, él con su recuerdo y yo con una imagen que había formado con la descripción que me dio antes, como motor impulsor de nuestra campaña.
Poco a poco se oscurecía, y el hambre se hacía notar con fuerza.
- Hay que parar a comer –le dije mientras buscaba un par de monedas en mis bolsillos.
- ¿Y si alguien la encuentra mientras comemos? Amigo mío le prometo un festín digno de los dioses, que deleitará tanto a su paladar como su vista. Sólo tenemos que encontrarla, ya verá.
“Encontrarla”. Esta palabra que ahora resonaba con creces, comenzó a tener otro significado, ahora era la llave que abría la puerta esotérica de lo irreal, teníamos que encontrar la forma de llegar a un lugar de no sé dónde, para ver a esta mujer cuyo nombre sólo me acuerdo.
El tiempo había cambiado, al igual que nuestras mentes, salvo esta necesidad vital por encontrarla.
Ya se hacía de noche y el frío invadía nuestros cuerpos, al igual que el hambre y la angustia. Seguíamos caminando por las mismas calles desoladas que habíamos estado dando vueltas todo el día, hasta que encontramos un pequeño club privado. Era un típico club donde hay bailarinas y uno puede tener sexo por unas monedas. Le ofrecí a mi amigo entrar para “pasar las penas” a lo que él aceptó.
Entramos por unas puertas cuyas ventanas polarizadas no dejaban ver nada de lo que acontecía ahí dentro, salvo cuando un hombre alto y fornido, vestido de etiqueta, abría las puertas para ver si alguien había llegado dejando escapar el humo de los cigarros y una música que apenas de escuchaba. Una vez que nos divisó, nos abrió las puertas diciéndonos: “Pasen, pasen, por favor, sean bienvenidos”. Acto seguido nos llevó hasta la mesa más cercana a, lo que podría decirse era, una tarima, y nos ofreció un par de tragos “cortesía de la casa”. Recorrimos el lugar con la vista, pero fue en vano. Pese a ser un lugar con una iluminación escasa, cuadros con diferentes pinturas de extraña procedencia y una gran barra, el lugar estaba completamente vacío. No había nadie a excepción del cantinero, el hombre que nos recibió y uno que otro empleado. El lugar estaba muerto.
De pronto una suave música comenzó a sonar por los parlantes al mismo tiempo que un hombre, que no habíamos visto hasta ese entonces, salía a esta especie de escenario. Quizás era el presentador, pensamos. Y no estábamos tan perdidos.
- Señores, sean ustedes bienvenidos –comenzó a decir -. Ustedes son los primeros clientes de la noche y por ello tendrán el privilegio de verla a ella, la más linda, la más sexy, la que todo el mundo clama a gritos. Les aseguro que con sólo mirarla se enamorarán perdidamente de ella. Sin más que decir, y como todos los miércoles sensuales, los dejo con la más bella, hermosa y por qué no talentosa: ¡Laura!
Las luces se apagaron suavemente, al mismo tiempo que mi amigo dejaba caer su vaso al suelo, el cual reventó en mil pedazos derramado todo su contenido. Yo miraba perplejo el escenario mientras se consumía el tabaco de mi cigarro. Luego se prendió una luz que dirigió toda su intensidad hacia el escenario enfocando a una silueta, claramente femenina, que aparecía tras el telón. |