Duerme tu alma en otros
ojos, reposa tu ser en otras
manos.
Tu tacto fructífero me sumerge
en las aguas profundas del deseado
ensueño que ciego se rompe como
el cristal en otros dedos.
Calamidad fatal, curioso destino
que aún juntando caminos separa
sendas.
Dulce dolor de frío engaño
que a un alma pálida, intrascendente,
le roba la vida.
Soledad inherente a la soledad
misma. Eternidad de miradas y
gestos aciagos.
¿Qué fuegos fatuos me arrebatan
el sendero de la plena existencia
y del gozo ensimismado?
Yo, frente a una pared de mármol.
Yo, corazón sangrante enhebrado
en mil puñales.
Yo, ojos de sangre viva.
Yo, ausente en la propia ausencia.
Yo, frente al mundo mismo.
Yo sola frente a la soledad desnuda,
diosa de níquel que me ofrece su cuerpo
usado para ahogar mi angustia en sus
vasos sanguíneos.
Yo, espejismo de una existencia
inexistente, del clamor de un
aliento muerto. Argentea vida
para argenteo cuerpo, sol de
sombra para una vida infame.
Sombra y sueño, ausencia y
muerte, soledad y anhelo
de la humanidad soñolienta
y aturdida.
Yo frente al mundo,
el mundo frente a mi,
y en medio sólo el vacío.
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