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Un viaje, ¿cuál es realmente su esencia? Vagar por los caminos, recorrer senderos sin preocuparte a donde vayas, sin mirar las horas que has andado ni los kilómetros que has recorrido. Sin pensar demasiado en el punto de llegada y nada en el de partida. Porque nosotros no organizamos el viaje sino que es él quien nos dirige, quien nos lleva de un lugar a otro, de un hecho a otro, quien nos hacer vagar por los caminos, recorrer a veces intrincados vericuetos, otras amplias llanuras y las menos atajos que sólo nos llevarán a un nuevo punto de partida. Ese comienzo que poco a poco se irá difuminando y del que sólo quedará lo que nuestro recuerdo nos quiera regalar, y éstos recuerdos nunca son imparciales. Y que decir del destino al que nos dirigimos, siempre nuevo, siempre cambiante según el golpe de viento que nos traiga la vida.

Nos empeñamos en querer programar cada uno de nuestros pequeños viajes cotidianos, sin darnos cuenta de de lo absurdo de nuestra pretensión, de la pequeñez de nuestras miras. La cotidianeidad es sólo un espejismo que refleja el descanso que todo guerrero anhela tener, que empaña la búsqueda inconsciente o quizás desconocida de nuevos paisajes, otros compañeros de travesía. El destino, el final de ese viaje nunca está marcado, ni siquiera cuando salimos con un rumbo fijo, hacia un lugar determinado, en una compañía concreta. El traqueteo exterior e interior, los cruces, las paradas, los encuentros que vayamos haciendo por el camino nos hará variar imperceptiblemente pero indefectiblemente nuestro rumbo hasta que el final de esa travesía sea completamente distinto a lo pensado.

La senda hay que dibujarla día a día, construirla paso a paso. Deteniéndonos a descansar en las posadas que nos vaya deparando el azar, atrapando los trenes que salen a nuestro paso y bajándonos en marcha cuando lo sintamos necesario. El viaje, disfrutar de una comida ligera en una venta o del fuego encendido que nos brinde hospedaje en una fría jornada; aceptando la compañía de nuevos peregrinos en esto del andar, del vivir. Y también disfrutando de la soledad que el devenir de los días nos brinde, del sol bañándonos la cara y de la lluvia calándonos los huesos, de las paradas y de los acelerones que el ritmo viajero nos vaya marcando.

Vivir al fin, viajar ligeros de equipaje, soltando fardos según avanzamos; llenando el corazón y la cabeza de experiencias, de sensaciones, de compañía en noches estrelladas y de soledad en días grises; olvidando nuestro punto de origen y sin que nos inquiete el de llegada, sólo dejándonos guiar por el aire que sople a nuestro paso. Vivir, viajar, sentir, gozar, sufrir, llorar, reír, viajar, vivir.


Texto agregado el 02-10-2007, y leído por 90 visitantes. (0 votos)


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