(...)Cuando terminó sentí que era como si estuviera solo. Cerró los ojos y los abrió nuevamente. Recién ahí se dio cuenta de la confesión. Yo estaba profundamente conmovida, me di cuenta que lo antes dicho nos unió de manera inmediata. El era más persona para mí ahora, y sin duda esto me provocaría profundos cambios. Sentí también que él quería demostrarme cosas. Yo no lo necesitaba, lo pronunciado me había bastado para seguir junto a él.
Desde el inicio fue una despedida, pero esto la haría más profunda y más sincera, quizás más dolorosa que la anterior. Esta era definitiva.
Abrazados en medio de un calor que no alcanzábamos a percibir, me tomó firme. Buscó mi mirada, fue como si quisiera pedirme perdón. Lo abracé, lo besé, lo miré y lo entendí. Me dieron ganas de amarlo como nunca. Y así fue, por lo menos físicamente. Me tomó fuerte y firme (si hubiese querido escapar como tantas otras veces, jamás lo hubiera conseguido). Reconozco que invertir los papeles no fue tan grave. Me tuvo a sus pies por momentos. Fuimos uno, y esta vez nadie simulo.
Me fui en una tarde llena de gratitud, una vez más me hizo olvidar aquellos brumosos recuerdos, una vez más me hizo feliz. Nos despedimos, prometiéndonos ver por última vez. Pero no, no llegué, no pude, quise, pero la vida no me lo permitió.
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