Cansada del mohín
y de las quejas,
del rictus permanente
entre las cejas,
de soportar
tus malas caras permanentes.

Harta de esconder todo
lo que me molesta
en tu quehacer diario,
tu gesto melancólico
real o imaginario.

Hastiada de escucharte
hora tras hora,
de tus silencios
siempre calculados,
de la pesada indigestión de digerirte,
de verte siempre triste
y suspirando.

No te hago ya feliz
dios sabe desde cuando
pero sigues pidiendo mi presencia,
será para amargarnos la existencia.

A cambio
costeo tus caprichos
más absurdos por innecesarios,
tu consumo de mí, de lo que aspiro,
tu asalto a mis sueños no soñados,
la pesadilla de otro día lo mismo
el compartir armario.