Las miradas cruzaban todos los espacios de la habitación, la atmósfera era en esos precarios instantes una densa masa de respiraciones agolpándose, chocando, compitiendo por un segundo extra de oxigeno, cada rostro era un océano al menos eso podía pensar quien ligeramente viese de reojo al vecino, la tenue luz de la recámara aumentaba la confusión, la difícil tarea de sentir empatía por ese, que sin querer, trata de ganar un sitio, acomodarse sin miramientos para sobrellevar de mejor manera la situación, el abatimiento. Algunos desfallecieron desde el comienzo, era evidente que seria demasiado, sobre todo para los más viejos, ellos saben lo que nos espera, no tienen la alegría del que ignora como los pequeños, de cualquier forma, es sorprendente la fuerza de su espíritu más allá de toda falta de conocimiento. Pese a lo arbitrario del destino y lo extraño del ritual, parecían haberse adaptado a ello, como si fuese un sencillo juego, poco se podía decir también de la embarazada, había tenido la tenacidad suficiente para soportar el encierro y sobrellevar la carga de un no nato sin opciones, yo en cambio, por momentos creí sucumbir, no voy a negarlo, a esta altura habrían pasado ya casi siete horas, el estomago comenzaba a reclamar alimento, pero no era el único, muchos otros compartían la sensación, el silencio contribuyo a crear un coro de tripas retorciéndose, da igual, yo no importo mucho, de hecho nadie importa ya, yo no soy yo, ellos no son ellos, sólo anónimos cuerpos, conciencias mudas esperando el fatal desenlace, que la puerta se abra y todo termine en las fauces del gigante.
Autor: Daniel Rojas P
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