Por una de esas callecitas arenosas de la costa santafesina, una siesta calurosa y húmeda iba el isleño con su carrito cargado de herramientas para la poda de los alisos.El hombre pálido de cabellos renegridos, ojos hoscos y labios gruesos y desdeñosos, iba vestido siempre de oscuro.Ese día su figura se recortaba temblorosa contra el cielo diáfano.
El sol abrasador azotaba mi cabeza y yo apuraba el paso para llegar donde la sombra protegía el sendero, donde el aire era fresco y olía a hierbas y flores del campo.Caminaba con la caña al hombro oyendo silbar el viento entre los árboles.
Tras adentrarme en el bosquecillo, empecé a oir el murmullo apresurado del río.Pensé en los peces brillantes y moteados de vientre blanco y sentí en mi corazón una alegría enorme.Me encantaba sentarme en la orilla a pescar.Cuando llegué al agua permanecí inmovil aspirando el aroma musgoso y contemplando el revolotear de las libélulas y las maripositas
Caminé a lo largo de la orilla, siguiendo la corriente, y arrojé el anzuelo....Algo tiró de mi caña varias veces y se comió parte del sebo. Me pare en dos o tres lugares antes de llegar al lugar donde el río se divide:ahí habia un agradable espacio plano cubierto de hierbas y plantas de la costa.Arrojé el anzuelo otra vez y casi de inmediato pesqué un hermoso ejemplar de surubí.Volví a tirar el anzuelo, apoyé mi espalda en un rugoso tronco y me quedé adormilado, quizás , me dormí del todo, no lo sé.....
Mientras estaba allí sentado, oí de repente un estallido a mis espaldas.Fue algo penetrante y potente como un disparo, eso creo ahora, así a lo lejos, recordando.Me volví para ver qué era lo que lo había provocado.Un hombre estaba de pie en el borde del bosquesillo.
Su rostro era pálido cetrino con cejas negras y gruesas, vestía de oscuro y supe al momento que no era un ser humano porque sus ojos eran de color naranja como las llamas de un fogón y no tenian iris.Hechizado no lograba apartar la mirada de aquel hombre, allí parado en lo alto de la loma.
-¡Hola, pescador!- me saludo, y mi voz contestando el saludo no sonaba como mi voz, sino como la voz de una persona ya vieja.Hablaba mientras iba bajando;no resbalaba en el pasto, ni dejaba huellas en los lugares que sus pies tocaban, no quedaban ramitas rotas ni hojas aplastadas, ninguna marca.
Su cuerpo,cuando se acercó, despedía un olor a azufre.El hombre de negro era sin dudas, el mismísimo Diablo en persona o al menos eso pasó por mi mente.Había surgido de la nada y sus manos eran largas, terminadas en dedos finos y uñas largas como garras amarillentas. Yo estaba asustado, mas asustado de lo que quisiera recordar.
El aparecido me hablaba y , a pesar de que yo no entendia lo que me decía alcancé a descifrar una suerte de letanía:-"tu mamá murió, te vengo a avisar que tu mamá murió"-.Entonces alargó hacia mí sus dedos largos, mientras repetía:-"Te cuento cómo fue?"- Y yo sin ser conciente de lo que hacía, metí la mano en el balde donde guardaba los pescados, saqué el enorme surubí y se lo ofrecí como un regalo.El Maligno me lo arrebató y se lo metió en la boca que se abrió como un horno infernal en el que el animalillo fue sólo un fulgor plateado y luego desapareció entre un vaho de humo.
Creo que fue esa visión lo que me devolvio el movimiento.Me levanté de un salto como impulsado por un resorte, sujeté fuertemente la caña en la mano y huí de la orilla hacia arriba, intentando alcanzar la cima lo antes posible....
El hombre de la ropa negra emitió un rugido ahogado.Y cuando al sentirme a salvo miré por encima de mi hombro vi una figura vestida de negro que, con un carrito y sus implementos de jardinería, despaciosamente y sin preocuparse por mí, comenzaba a caminar hacia la orilla del manso río.De su cinturón pendía, amarrado a una soga, un surubí cuyas escamas brillaron, por un instante, en la luz implacable de aquella siesta, antes de perderse entre los alisos.
Al regresar a casa sin ningún trofeo del que vangloriarme, mi madre corrió a mi encuentro y me abrazó como después de una infinita ausencia y entonces, comprendí......
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