Es una costumbre vieja, me dijo Alfonso -un amigo que perdió una pierna al subir a un tranvía-: todos los días tomo café en la cafetería de la estación, allí leo también el periódico y escucho lo que hablan los que se sientan cerca de mí. Ayer se sentaron dos señoras maduras y le decía una a la otra: “¿Qué probabilidades tengo de casar a mi hija con un hombre bueno que la haga feliz?” La otra, a la que se le marcaba un bigotillo que no se teñía, estuvo pensativa un rato.
-¿Cuántas probabilidades tienes? –contestó al fin- Se me ocurre lo siguiente.
-Dime –dijo la primera abandonando su vaso de café con leche sobre la mesa.
-Piensa en todos los matrimonios que conoces y has conocido y los cuentas. Luego analizas los que son o han sido felices y también los cuentas. Por una sencilla regla de tres saca cuántos resultan felices de cada cien y esas serán las probabilidades que tienes de que tu hija sea feliz en su matrimonio –se excusó, se levantó y fue al baño.
Mientras la señora del café con leche hacía cuentas, las empecé a hacer yo también. Empecé por los matrimonios felices, al menos por los que a mí se me antojaba que lo eran: Paco y Adela... Ricardo y Leonor... Paco y Adela... Ricardo y Leonor... y nada, que no me salió ninguno más. Entonces miré hacia la señora que abandonó el café con leche sobre la mesa: tenía tres dedos de la mano derecha levantados y no pasaba de ahí. Vi que en sus ojos aparecían unas lágrimas. Llegó la señora del bigotillo, vio llorar a su amiga y le dijo: “A veces las reglas de tres fallan”. Pagaron la cuenta y se fueron.