Bajé la música y me quedé mirándolo desde el sillón, recostado en el vano de la puerta. Alicia sonreía y me miraba como diciéndome que ella tampoco creía lo que veía. Venía mojado por la lluvia y el agua le chorreaba por el pelo resbalando por la cara y el cuello. Me paré y me acerque para saludarlo, reconocí en sus ojos que estaba preocupado o que algo no andaba bien. Alicia le pidió la campera empapada mientras que yo le servía una copa de coñac, que sabía le gustaba.
Le pregunté que lo traía por sus pagos y me contestó que venía por unos días de descanso, que no pedía mucho y que sólo reclamaba una cama a cambio de dedicarse a la comida.
Alicia le arrebató el bolso del hombro, decretó que se diera un baño caliente y se pusiera ropa seca mientras lo arrastraba hacia el dormitorio de huéspedes que usábamos como estudio.
Cuando se fueron y me dispuse a seguirlos recordé que hacía casi 4 años que no lo veía.
Cenamos abundantemente y tomamos un excelente vino como festejo del arribo. Nos contó de su vida en Buenos Aires y de que no le había ido tan mal. No obstante las buenas noticias, seguí notando aquella preocupación en su cara como si de veras lo aquejara algo serio. Nos hablo de sus libros, de sus ediciones y nos regaló su último volumen de cuentos.
Nos aclaró que pasaba por un buen momento económico pero que sus vacaciones eran algo inoportunas si consideraba los compromisos con la editorial, que le estaba reclamando un volumen para el próximo mes. A duras penas y cuando ya creíamos que no lo diría, confesó a qué volvía a la provincia. Nos dijo que creía que estaba por morirse
Alicia ahogó una risa y bromeó sarcásticamente pidiéndole que no dijera esas cosas. Yo no las tomé tan en chiste. Sus ojos no me engañaban.
Le pregunté que lo hacía pensar esa barbaridad y me contestó que era una sensación inexplicable que nunca había sentido hasta este último tiempo.
Al terminar de decir esto miró por la ventana que dejaba ver el patio mojado bajo la lluvia. El agua golpeaba contra el vidrio como si quisiera entrar.
Empecé a decirle que la venida de la muerte es de novelas de terror y que me parecía que la literatura le había hecho mal y terminé bromeando con que unos días de aires montañeses lo iban despejar.
Alicia bastante nerviosa y trataba de desviar la conversación. mi amigo no volvió a hablar del tema. Comimos duraznos en almíbar de postre y por fin nos fuimos todos a dormir.
Según Alicia, la luz del cuarto de huéspedes quedó encendida hasta muy tarde en la noche. Yo le dije que le gustaba leer mucho por las noches.
Los días pasaron y el mal tiempo no se fue. Yo me iba al trabajo con Alicia y dejábamos a nuestro huésped en el centro, allí saludaba a gente que conocía de sus estudios en la facultad, hacía nuestras compras o simplemente caminaba mirando vidrieras.
Al mediodía casi siempre llegaba antes a casa y preparaba de comer con lo que compraba en el centro. Le gustaban de los platos exóticos y por allí nos sorprendía con manjares inusitados para nuestro diario menú de bifes, ensalada, huevos o comida de la noche anterior. Lo único que no hacía era lavar los platos, pero Alicia lo hacía gustosa con el placer de los manjares que nos preparaba.
Yo notaba que cada vez la cara de mi amigo se volvía más severa y preocupada. No sabía que hacer para preguntarle, esperaba un momento especial pero no lo encontraba.
Llegó el sábado por la tarde y el mal tiempo no nos dejó, el sol no apareció y aunque no llovió, el cielo permaneció gris y amenazante. Después de almorzar me decidí a preguntarle.
Lo encaré a solas y le pregunté con seriedad enfática qué pasaba y mirándome desde muy lejos volvió a decirme que se iba a morir. Insistí casi irónicamente en cómo pasaría y si estaba enfermo de algún mal incurable pero me interrumpió diciéndome que sería por la lluvia. Que lo perseguía a todas partes desde hacía unos meses y que en Buenos Aires se había dado cuenta de esto.
Yo sabía que mi amigo era muy imaginativo y siempre lo tacharon de rayado, volado y todas esas cosas. Siempre pensé que sus inventos eran fruto de su romántica imaginación, de su amor por la poesía fantástica y los mundos irreales. Siempre decía que su vida descansaba en el umbral de lo real y que algún día caería hacia el otro lado.
Me explicó que esta persecución se había hecho implacable y que se sentía más débil que nunca para resistirla. Traté de convencerlo de que sería cansancio y tensión por las presiones de la editorial y que si se relajaba terminaría con esa sensación. Me contestó que era imperioso terminar con el libro y que no podía dilatar más la entrega a la editorial y mandar el manuscrito a Buenos Aires
Durante la tarde no pude sacarle nada más, se encerró en sí mismo y se fue al estudio a escribir. Sólo a la media tarde lo volví a ver, creo que algo más repuesto.
Esa noche, su luz volvió a permanecer encendida hasta muy tarde y entonces Alicia decidió levantarse. Serían algo así como las dos de la mañana y según ella me contó, se paró junto a la puerta del estudio porque sintió agua golpear el piso y, cosa que no habría hecho nunca, se inclinó a mirar por el ojo de la cerradura. Dijo que alcanzó a ver la ventana abierta, la lluvia entrando y mojando el piso y bajo la ventana, las piernas de mi amigo caído en el suelo. Fue entonces que me gritó y corrí a ver que le pasaba. Me dijo que le parecía que estaba muerto mientras me apretaba los brazos con fuerza desmesurada. La calmé como pude y decidí entrar. Mi amigo ya no estaba en el suelo sino que se encontraba sentado en la cama, sólo vestido con los calzoncillos y totalmente empapado. Pregunté qué le pasaba y me dijo que se había dado un baño. Le pregunté que si con los calzoncillos puestos y no me contestó. Tampoco me contestó cuando le hice ver que ni siquiera se había secado.
Alicia se fue a buscar algo caliente entre tanto yo le traje un toallón y mi salida de baño.
Se tomó el café con leche caliente y se acostó. No escuchamos nada de él durante toda la noche. Alicia durmió abrazada a mí sin dejarme un solo momento.
A la mañana siguiente, trabajó durante la mañana, preparó su bolso y decidió quedarse hasta el almuerzo gracias a los ruegos de Alicia. Comentó que había terminado el libro y que lo llevaría el lunes en el primer vuelo a Buenos Aires. Lo guardaba en un sobre lacrado con la dirección en el anverso y nuestro remitente en el reverso. Explicó que lo hacia por seguridad y que no confiaba en los archivos digitales.
Luego de comer me dejó un sobre y me dijo que lo abriera ni bien me enterara de alguna mala noticia. Alicia recogió los platos y yo me quedé con él charlando. Fumó un cigarrillo, Alicia volvió con otro entre sus labios y lo acompañó. Hablamos de cosas triviales y comentó que quería tomar aire en el patio antes de que lo lleváramos a la estación.
Me extraño su tardanza. Al punto de esto, me di cuenta de que llovía de nuevo. No se por qué me quedé sentado tomando el café, creo que no podía levantarme.
Cuando reaccioné sobre la lluvia y que mi amigo estaba afuera le grité a Alicia y ella corriendo primero. Se clavó en la puerta que daba al patio y cuando llegué, giró y me miró con los ojos espantados. Miré por encima de ella y vi las ropas tiradas sobre las baldosas. Como arcilla disuelta en agua, la lluvia escurría por el albañal los últimos restos de mi amigo.
Su libro ya se ha editado, Alicia y yo lo llevamos personalmente a Buenos Aires.
En la carta que abrí esa tarde me lo encargaba porque sabía que no pasaría del mediodía. Tengo que pensar que escribió la carta sabiendo que podría decírmelo directamente, pero quizás en su profundo romanticismo creyó mejor crear un último capítulo, un epilogo par a su obra. Todavía conservo su reloj y sus apuntes, sus ropas las guardamos en la casa de Potrerillos. De vez en cuando releo su libro póstumo, hemos aprendido a comprenderlo. Lo tituló “Antología de la lluvia”
15/12/78
23/09/07
N del A.
Cualquier relación con los relatos de Ray Bradbury son absoluta intencionalidad y pretenden ser un tributo modesto.
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