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Y otra vez, como siempre sucedía a esas alturas, ella lo apartó.
-¿Por qué sigues conmigo? Sabes que te voy a herir, nunca dejaré que lo hagas conmigo. Pierdes el tiempo.
Él se quedó en el lado izquierdo de la cama, desnudo por completo, mirándola mientras ella seguía dándole argumentos para abandonarle, parloteando, igual que cuando la conoció, tantos meses y todo seguía siendo igual. Sin que ella pudiese hacer algo al respecto, la besó.
-Sabes que no me gusta que hagas eso. Si tú esperas que solo mejorando el beso lo nuestro cambie, olvídalo, si yo fuera tú me hubiese ido desde hace mucho tiempo de mi lado. Déjame en paz.
Otra vez el mismo problema, ellos se encontraban y hablaban, conectaban, ella se acercaba a su rostro y él la besaba con cuidado en los labios, hacía que su lengua se arrastrase por el cuello cuando ella dejaba de besar, ella se dejaba llevar y 20 minutos después conseguían un cuarto para besarse y... nada más después de eso, el resto es lo que acaba de pasar.
¿Tú abandonarías a alguien solo porque no se acuesta contigo? Déjame formular la pregunta de nuevo: ¿Lo harías si es la primera persona con la que te sientes bien en tu vida?
-Yo lo haría, me dejaría de inmediato, esa cosa que te cuelga de las piernas se te va a podrir si no la usas, si sigues conmigo tendrás que quitártela, porque nunca la usarás en mí.
-Te amo.
-No digas eso, esa frase es común y vacía, por eso todos las dicen, además nadie tiene pruebas científicas de que el amor existe, es simplemente una huevonada para justificar la reproducción. Es solo ganas de echarse un polvo.
La felicidad no existe, aceptemos esto como un principio fundamental del universo y analicemos las consecuencias de lo que sucedería si existiera: El amor no existiría.
El amor existe, por eso la gente que grita que no existe sufre tanto, ellos sufren el equivalente a los niños que no creen en la gravedad y para demostrarlo se lanzan desde un apartamento de un piso 8. Se encierran en su cuarto a llorar en silencio, hablan de la gente estúpida y rosa que cree en la existencia de eso, que está demostrado que el amor nació para que la industria de las tarjetas no quiebre y para que las parejas se formen en edades en las que es posible tener hijos. Son ellos mismos quienes evitan llorar en público con tanta fuerza que lucen agresivos.
Así eres tú, solo tienes miedo de sentir algo por mí, algo que interfiera con tu felicidad, que nunca ha existido ni existirá, que no es nada aparte de una mentira creada por tu deseo de mantener con vida tu monotonía y una imagen de la persona que no eres, una de la que leíste en libros de Virginia Wolf o Henry Miller.
La felicidad no existe, el amor no la genera, las personas criadas con amor pueden convertirse en drogadictos o locos tal como aquellas que no lo son. Renunciar a aceptar las consecuencias de conocer a una persona no te va a hacer más feliz.
-Deberías tratar de decirme algo original entonces, para que yo pueda usarlo cuando nos vemos. Nuestro propio término para lo que sentimos. Lo que siento yo al menos.
-Aléjate, te dije que no quiero seguir. Toma tu camisa y póntela de una vez. ¿Te vas a a masturbar antes de irte? Para que la pagada del cuarto valga la pena debes regar semen por ahí como todos lo hacen.
-¿Desde cuando quieres hacer lo que todos hacen? Lo que todos hacen aquí es tirar, ¿lo has hecho alguna vez?
Ella se puso el vestido muy rápido, sin ponerse los calzones. Se arregló el cabello y lo recogió antes que él pudiese colocarse los zapatos.
-Te los regalo.
**
Tienes toda la noche para pensar que harás ahora, ella no te dejará jamás, solo quiere que la dejes y la hagas sentirse insignificante por cualquier razón, y la tentación de hacerlo es constante, hay tantas cosas que puedes decirle, tantas maneras de hacerle daño, que es difícil no ceder. Después de todo, es insoportable; sin embargo, no puedes, amas, sin entender claramente por qué es tan difícil.
¿Has sentido ese espacio de medio metro de vacío profundo a partir de tu pecho?
-¿Qué piensas?
-Que eres muy distinta cuando no estamos solos.
-Estamos solos.
-Me refiero al cuarto.
-No digas más, estoy comiendo. Olvídate del tema a menos que quieras verme vomitar.
Así terminan todas sus conversaciones, ella finaliza todo de golpe, ella corta las conversaciones que no le agradan, justifica su existencia a su lado solo por esa sonrisa, la sonrisa que tiene ahora, al verla parece que algo muy gracioso ha sucedido, lo mira y al sonreír solo deja ver un poquito de esos dientes blancos. Eso es lo que lo mantiene atado, esa maldita boca.
La necesidad constante de acercarse, sentir el aliento de café y el labio inferior temblar al aproximarse a esos labios rojos y carnosos.
Es lo máximo que le permite avanzar, un beso en la boca. Y vuelve a cometerse el error de pensar que es el momento, de llevarla aparte, a una habitación anónima y llena de espejos, tenderla en el cama y olvidar todo lo que pasó en las ocasiones anteriores.
-No me toques así, no me gusta que lo hagas.
-Sé que te gusta, estabas gimiendo. Estás húmeda, déjame hacerlo.
-No me toques así, no me gusta que lo hagas, quieres...
-Deja de decir eso.
-No me toques así, no me gusta que lo hagas...
-Cállate.
-No me toques así, no me gusta que...
Él le dió una cachetada, seca, ella lo miró y comenzó a llorar.
El mayor poder que ha sido conferido a las mujeres sobre los hombres es el hacernos sentir miserables, por eso los homosexuales son afeminados, para hacer sentir como mierda a un hombre como un hombre nunca puede hacerlo. No existen esos mismos matices en la mirada masculina, esa capacidad de inspirar lástima mientras se transmite el odio al mismo tiempo que se logra parecer superior es imposible de hacerla a menos que seas una mujer.
Ella lloraba y decía en voz baja y entre jadeos que era un desgraciado, que nadie nunca se había atrevido a pegarle. La pestañina le corría y su rostro parecía el de un mimo por culpa de esa piel tan pálida.
El sonido de chirridos de la cama del cuarto contiguo se detuvo y golpearon a la puerta a preguntar si todo estaba bien, un momento después llegó el personal del motel a pedirle que se retirara y fue observado con desprecio por varias mujeres, seguramente secretarias que se asomaron a sus respectivas ventanas a ver quién había sido el desgraciado que le había pegado a una mujer.
***
-Perdoname por lo de ayer, ¿ahora si me dejarás verdad?
-No. No puedo dejarte y lo sabes, te amo.
-Eres un ridículo, me pegaste, nunca hubiese imaginado que con unos brazos tan delgados golpearas fuerte, tus brazos son mas delgados que los míos, muy femeninos.
No respondió, la agresión que le hizo antes no la haría otra vez, no le daría gusto, todo lo que ella parecía querer era una oportunidad para ser herida, ella al igual que él no recibiría aquello que tanto deseaba. Por un día al menos no sería el único frustrado.
-Nos vemos después, tengo cosas que hacer.
-¿Hacer qué?¿Con quién?
-Nos vemos después, tengo cosas que hacer.
-Pero se quedó tomando agua en vez de seguirla o retenerla por más tiempo hasta que dijera con quien se iba a encontrar.
No le gustaba verse obsesivo en público, a nadie en su sano juicio le gusta.
¿Con quién? Le comía las entrañas no saberlo y no poder preguntarlo. No podía buscar las respuestas porque no conocía a nadie cercano a ella. Era probable que nadie lo fuera.
A las 5 de la tarde volvieron al cuarto, otra vez el beso de 25 minutos que se había convertido en su placer y martirio cotidiano.
Los ojos húmedos, la boca torcida, las manos cruzadas entre sus piernas, como siempre sucedía a estas alturas, ella preparaba su actitud antes de comenzar con el discurso habitual. No hubo cachetada esta vez, solo pidió discretamente la cuenta y se retiró en silencio de la habitación.
Era una lesbiana, un macho buscaría senos, piernas, coño y culo para violar y la puta diestra y de tiempo completo, era estúpido considerar que buscaba lo mismo que cualquier macho promedio, quería aquello que ella le daba en dosis tan pequeñas como adictivas: una conversación entretenida, unas manos suaves tocándole toda la piel y un beso. Una lesbiana. Sin penetración más que a nivel emocional, si es que podía lograr eso, porque un hombre no puede saber lo que siente una mujer desde adentro.
Una rabia metafísica que no podía liberar se apoderaba de él, mientras por una vez más la dejaba en la puerta de su casa sin decir una sola palabra.
****
-Ahora estás inventando palabras. ¿Cómo me llamaste otra vez?
-Pseudofrígida.
-¿Qué?
-Ya me escuchaste, no puedes fingir que no escuchas una palabra compuesta, como pasivo-agresiva, hija-de-puta, auto-destructiva o pseudo-frígida.
-Pues gracias, no sabía que estabamos bravos.
-Ella acerco su mano a la de él, la apretó, la acercó a su rostro y la besó, después le
besó la mejilla.
-Nos vemos después, tengo cosas que hacer.
-No esta vez. Vamos a nuestra cita de siempre.
-Eres bastante masoquista.
Otra tarde, otro encuentro. Esta tarde era un cuarto distinto, era más pequeño y no tenía ventanas, parecía una enorme caja blanca, tenía una cama doble con sábanas blancas, algunos juguetes en un estante de madera caoba, el televisor encendido con una cinta porno de Ashlyn Gere bastante
vieja. No había cuadros ni espejos, solo la cama y el estante con su televisor.
-Acuéstate.
-Bésame de una vez, es lo que quieres.
Se arrodilló frente a ella y le quitó la falda, agarró sus manos entre las suyas y sin disimular se metió de frente en esa parte del cuerpo que ella tanto protegía.
Como una lesbiana: Metió su cabeza casi por completo, le besó, apretó sus manos para que ella no pudiese golpearle, sus hombros no permitían que ella cerrara las piernas, la acarició con su lengua como solo una mujer lo hubiese hecho, soltó sus brazos y ella no ofreció resistencia, ella se ofreció. Su lengua pasó por la pierna depilada, mordió sus pies, tomó el dedo gordo y lo pasó por su cara, ella tuvo que dejar que saliera de sí, se contorsionó y gritó de placer.
Cada vez que la tocaba se preocupaba de hacerla sentir apenas el roce, cada caricia un movimiento calculado e indirecto hacia su objetivo, ese sonido de satisfacción que trataba de mantener como su música de fondo.
Tomó su pierna derecha y la pasó por su rostro, mordió el tobillo un poco aquí y acá y con eso causó otra vez el grito, no deja que ella le quite la ropa, mantiene la respiración hasta ponerse rojo... las lesbianas no eyaculan.
Cuando todo terminó lo golpeó con esos tiernos bracitos tan fuerte como pudo, llorando de rabia y pateándolo en la cama. Se sentía abusada y al mismo tiempo satisfecha, toda la experiencia había sido sexo, ella lo sabía y sin embargo, no lo había sido. Había sido suave y tierno. La había abusado en sus propios términos y el placer había hecho imposible resistirse.
Al final, ella quedó dormida, rendida, incapaz de mover sus piernas. Pensando en tocarlo, en tenerlo, pero sin que tuviese que rebajarse a decirle esas cosas cariñosas que tanto la incomodaban.
Él no estaba en la habitación cuando despertó.
Se fue caminando con una sensación de liberación que no sabía que pudiese alcanzar. |