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Este año quería regalarte algo muy especial, un presente que significase algo más que una pequeña muestra de afecto (aunque éste sea grande). No tenía muy claro qué era lo que buscaba así que comencé a caminar sin un rumbo predeterminado por las calles, perdiéndome en los callejones donde se ocultan esas estrambóticas tiendas llenas de sueños perdidos que han huido de sus dueños, personas que no se han sentido capaces de hacerlos realidad.

Buscaba un ramillete de versos que oliesen a hierbabuena, pero el florista me contó que los últimos se habían marchitado antes de la llegada del otoño. Se me ocurrió comprarte la risa que provoca el payaso, pero se me coló un niño necesitado de alegrías y pensé que seguro que sabría aprovecharla.

Se cruzó en mi camino una mujer amamantando a su hijo sentada en el banco de una plaza y quise robarla unos gramos de la ternura que escapaba de su rostro arrobado mirando a su bebé. Pero éste comenzó a llorar desconsolado cuando me vio acercarme, seguramente adivinando mis intenciones. “Vaya –pensé – ya nada mas nacer da muestra del egoísmo humano”, hasta que me di cuenta que sólo defendía el acopio de esa dulce sensación que su madre le ofrecía, y que tal vez con el paso del tiempo le haría falta para subsistir.
Busqué gritos de felicidad pero el dependiente de la tienda me explicó que ésta era un bien escaso en esos días y nadie quería desperdiciarla exteriorizándola demasiado; trataron de engañarme ofreciéndome suspiros de placer cuando sólo transmitían melancolía, y silencios que no paraban de gritar desesperados.

Finalmente me cansé de recorrer tienda tras tienda sin encontrar lo que buscaba. Me senté a descansar en un banco desde donde podía atisbar el corazón de la ciudad. Ese lugar que nunca duerme, lleno de tráfico, de gentes que recorren sus calles y se pierden detrás de cada esquina, de plazas donde los pájaros aprovechan los árboles que quedan para volver después de volar todo el día en libertad y dar sus conciertos nocturnos antes de ir a dormir.

Entonces me di cuenta de que no tenía otra alternativa. Es tontería romperse la cabeza buscando un regalo especial cuando ahí está el mundo ofreciendo mil regalos especiales. Ojalá puedas encontrar la felicidad detrás de la esquina que te envío y cuando menos te lo esperes; que el semáforo de un poco más allá se ponga pronto en verde para dejar que la alegría cruce hacia tu acera; y la plaza sirva para que te sientes en su banco a desgranar tus sueños, que se escondan entre los árboles y caer junto con sus hojas en otoño convertidos en realidades; y el cielo con muchos más claros que nubes; y un viento juguetón que te envuelva en un manto de palabras para que vuelvas a jugar con ellas.

Sé que esto es muy poco, cosas al fin y al cabo que puedes encontrar en cualquier sitio, ciudad, pueblo o incluso villa, pero ya te dije que no pude encontrar nada más que ofrecerte.

Si prefieres un libro te regalo “Rayuela”, eso sí siempre que prometas leerlo sin prisas y dejarte arrastrar por el embrujo de La Maga, del que por otro lado estoy segura, no serás capaz de liberarte.

Felicidades







Texto agregado el 30-09-2007, y leído por 89 visitantes. (1 voto)


Lectores Opinan
01-10-2007 regalo muy especial con mucho fondo.¡cuanta generosidad! australia
 
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