La noche es fría, oscura, vacía. A lo lejos, en el horizonte, se divisa la luz de los luceros como juegos pirotécnicos; algunos brillantes como lejanas fogatas pertenecientes a montañeses bohemios, otros, como volcanes lanzando su último suspiro. Reflejan todos ellos los pensamientos y deseos secretos anidados en mi bóveda interior. Muy a lo lejos brilla una estrella muy parecida a ti.
En el jardín te reflejas atrapada en el espejo colocado por la lluvia apenas una noche antes. Tengo miedo de tocarte, de tu imagen deformar y no poder tenerte. Te contemplo, simplemente, llenando mi vasija con tu nombre, con tu fuego, con tu luz propia; así, de lejos, como queriendo extraer de ti ese calor con todos tus destellos.
El sueño encaja sus garras en mis ojos y una lágrima multiplica las luces en el agua. Mañana me espera el vértigo del mundo real.
Me llevo tu rostro y lo guardo entre el mío y la almohada, esa que conoce mis secretos y mis lágrimas guardadas.




(Un intento de prosa poética)