Adios dijo mi hijo y desapareció por el vano de la puerta
y adios dijo el señor que saludé de pasada y hasta pronto
me dijo mi primo y hasta luego se despidió de mi una vecina
y buenas noches y hasta mañana y buenas tardes, todos se fueron
y después retornaron, envainando las despedidas por un momento
para reiniciar el rito de los adioses que son como estaciones
que se marchan, dejando el bastón de mando a la incertidumbre
del si volverán o no los volveré a ver y el corazón se me encoge
en un latido de miedo pues no se si esas golondrinas humanas
retornarán a mi puerta con sus voces entonando el regreso
para cruzar algunos verbos conmigo y ahuecando su ala
para emigrar al misterio de una calle que los recibe y no se
si me los devolverá y de nuevo la pena y el silencio…

Muchos no retornaron y en los campos de batalla de sus vidas
inmolaron sus alma por sus sueños particulares y yo me quedé esperando
en el vano de mi puerta con pueriles lágrimas que me indicaban
que por la vida siempre se va pero pocas veces se regresa
a menos que este regreso sea un viaje sin esperanzas y los que se quedan
son como estatuas, como perros desolados, como sombras, sin palabras,
sin gestos, sin manos que acaricien mi alma deshojada que se derrumba
en los ocasos sombríos de mi habitación ya anochecida…

Chao, adiós, hasta pronto, la eterna caravana de seres pululantes,
que me desgarran por dentro con su paso alígero y sus figuras que
desaparecen de mi vista a cada instante prometiendo regresos
y certezas que son frágiles figuras que reblandece el sol y yo
con mis almas en pena y mis perros que aúllan presagios entre las sombras
de mi pena esmerilada y me hundo en mi lecho que proyecta sueños
neblinosos en los que regresan los seres queridos para quedarse
eternamente en los camposantos de mi perseverante y enfermiza memoria…