Ya sabes como soy, difícil de tratar. Te quejas de que aquí, encerrado en mi mundo y en mis letras a veces parece que me olvido que existes, que paso por tu lado sin pasar por tu vida. Y otras veces en cambio, cuando el invierno llega a mis entrañas en pleno mes de julio, o en diciembre, te escupo frío y voces a la cara y hielo tus sentidos y los míos.
Te quejas de que ya no te admiro cuando te compras ropa nueva o te cambias el pelo. De que no desgastamos las mañanas de domingo que nos llevan al lunes sin paréntesis entre las cuatro paredes de nuestra habitación, buceando entre tus risas y mis letras, tus bocetos siempre inacabados y mis cuadernos llenos de ti hasta no dejar ni un solo espacio blanco.
Añoras los momentos en que te hacía sentir que eras el sol que me abrasaba, la fuerza necesaria para crear la vida y mis poemas. Inventaba palabras para ti en mil idiomas, te regalaba estrellas en el cielo y pintábamos mofletes a la luna que se escondía de puro cansancio cuando la madrugada nos encontraba compartiendo con los gatos que paseaban los tejados palabras y cigarros detrás de una ventana abierta a la ilusión.
Ya sabes como soy. Tal vez ahora me falten las palabras contigo, quizás porque vengo cansado de vender mis ideas brillantes envueltas en belleza. Y el humor se me empañe con tus vestidos nuevos que pretenden mostrarte como la adolescente que ya queda tan lejos mientras esconden a la mujer madura en que pudiste haberte convertido. Y puede que las llamas que despertaba tu cuerpo junto al mío ahora sean rescoldos. Y esas cuatro paredes se me queden pequeñas. Y el tiempo ahora pasa demasiado deprisa para dejar que los sábados se conviertan en lunes.
Pero me tiemblan las rodillas cuando te veo salir de tu oficina con ese pisar fuerte. Y también cuando veo la tristeza reflejada en tu rostro y sé que estás pensando en mí. Y entonces te introduzco en un cuento, y te regalo un hombre que te arrulle en sus brazos y que cubra del frío de ese invierno de julio. Y te pinto un paisaje lejos de mi ruido y mis torpezas que tanto te lastiman.
Y me oculto en una burbuja de silencio que no puedes romper para no decir esas barbaridades que a veces salen solas, ya sabes, por no estar callado. ¿No has visto mis cuadernos? Tantas líneas en blanco, manchas de mantequilla que dibujan las palabras que no salen de mi boca. Ódiame por negarte esa caricia en la mejilla, por mi estrategia estúpida de esconder la cabeza bajo el ala, de chillar para no oír los gritos del silencio que rompe nuestros tímpanos.
Ya sabes como soy. Podría vivir sin tu risa enmarcando los momentos en que la alegría nos lleva de la mano. Me basto yo solito para caminar aunque no tenga tus huellas que seguir. Tengo mis musas como compañeras, y los mundos, los míos y los ajenos como aliados. No me rompería disfrutando de mi soledad tantas veces buscada, y sé que tú tampoco.
Pero quiero que sepas que en las madrugadas, cuando el primer rayo de sol atraviesa la persiana y se clava en tu espalda, no quisiera otros brazos que no fueran los tuyos. Y los días serían más nublados si tú no practicases ese rito de abrir de par en par cada ventana. A mí también me invade el tedio y me invento otros sueños, esta vez para mí, sin que me paguen, y en ellos hay otras bocas, otros besos lentos, húmedos, con fuego. Pero me faltan las conversaciones, y las noches son negras porque soy incapaz de encontrar las constelaciones, esas que tú me regalaste, que bautizaste para mí.
Por eso ahora me quedo tumbado, quieto en esta cama mientras te veo salir a la terraza, y presiento que las lágrimas bañarán tu rostro y a la vez que su sal escapará alguna brizna más de tu ilusión. Y me hago el dormido, derrotado, una vez más sin encontrar el final feliz para esta obra maestra. Conformándome con un punto y aparte, con un gato que maúlla, y despertar mañana con los rayos de sol cual puñales refulgiendo en tu espalda.
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