Amando por partes.
Por Luís M. Villegas.
El secreto de vivir, es un asunto personal, pero hacerlo un evento feliz, depende en mucho de lo satisfactorio que nos resulte la interacción con quienes nos rodean. Como todo, las costumbres se van transformando, a la velocidad de la sociedad del nuevo siglo, que poco reflexiona en cuanto a la asignación de nuevos valores y destinos para si misma.
Que decir de las generaciones mayores que nos vemos inmersos en este proceso indeseable en donde nos sentimos a menudo incomunicados y sorprendidos con las acciones de nuestro entorno, que parece no apreciar los formatos con que pretendimos educarles. En la búsqueda de un espacio amable, vamos reduciendo nuestra cuota de amigos y personas queridas, con tan poca fortuna, que a veces nos vamos acercando al monólogo que hiciera tan famoso Don Carlos Ancira interpretando su tan premiado “Diario de un loco” de Gogol. Aparte de la intolerancia con que nos distingue la edad, somos presa del fundamentalismo con el que a la vez fuimos formados, influenciados por las mores del catolicismo, lo cual inevitablemente refuerza por añadidura, lo cuadrado de nuestro cascarón.
De ello, aprendimos que el amor va asociado a un sentimiento de pertenencia, que nos lleva a desear apropiarnos de las personas que tienen la desgracia de cruzarse en nuestro camino, de tal suerte que los primeros que lo sufren son nuestros hijos, compañeros y seres a quienes pretendemos amar, en nuestro exclusivo y muy personal reducto, lógicamente, demandando el total de cariño y atención. Esta compulsión casi siempre nos lleva directamente al baúl de los desengaños, ocasionándonos solo frustraciones que alimentan nuestras vetas de amargura. Buena enseñanza se desprende de las nuevas generaciones, que no se comprometen demasiado en éste periplo, en la búsqueda de su circunstancia, solo tomando del mundo una parte de las cosas y las personas a modo de pequeñas dosis medicinales en función de su interés y apetito.
Talvez podamos rescatar de esto una actitud que nos lleve a considerarnos fuera del centro de nuestro mundo egoísta y comprender que el radio de nuestra circunferencia es infinito y nos podemos ubicar en cualquier punto de la recta. Aprendamos pues a vivir con lo que bondadosamente nos sea asignado en términos de afectos y también, en justa respuesta, aprender a dar solo lo que nos haga felices.
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