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Ling esta más misterioso que nunca, detrás de la caja de “La Perlita” con sus anteojos negros con armazón grueso de pasta simil carey, no sabés si te está mirando o no. Parece esas arañas que desde el interior de la tela esperan que caiga la mosca mientras escupen las alas de la “comida” anterior (pero en silencio para no espantar a la presa). Muy peinado, con gel, una especie de jopo antiguo, campera oscura, remera amarilla, pantalones del tono de la chamarra y sus habituales ojotas de goma, sin medias, hace como que lee ese extraño diario que está en todas las despensas de los “chinos” (y en los que le deben llegar las directivas). El diario, del tamaño de una guía de teléfono de pueblo parece fotocopiado, por la mala calidad de las fotos y más que seguro tiene que ver con esa mafia coreana, parecida a la Yakusa japonesa. Parece que el “chino” me adivinara el pensamiento mientras me mira y recita el ”¿Todo bien?...” se saca la camperita veraniega y se frota con el dedo índice -como si fuera un cuchillito- el bicep derecho donde luce una flor de loto con un letrerito en chino (¿?) seguramente marca de su iniciación en la secta -allá en Asia- y lo hace además de con el gesto amenazante (seguro que con una mirada desafiante que no puedo ver por los anteojos).
Cuando me meto entre las góndolas, siento que me vigila por las cámaras como un gran hermano amarillo y que me sigue con la oblicuidad de su mirada paso a paso. Trato de mambearlo un poco, toco frascos, latas, paquetes y vuelvo a dejarlos (pero en diferentes lugares), dos pasos más y aparecen los santiagueños que son su “corp of force” se acercan y van ordenando lo que dejé mal colocado a la vez que se fijan si los envases no fueron vulnerados. Hoy voy a cagarlo, paso por la carnicería pero compro pescado (filet), tomo un paquete de fideos de arroz, un frasco de soja berreta pero que me servirá para mis planes, aceite de arroz y después encaro hacia el bolita. Tengo la cabeza saturada, empecé en la puerta, al pasar por la caja de Ling, con rock coreano, después el carniza con música bailantera paraguaya con animador guarany incluído y para terminar el del altiplano con sus hijas escuchando takiraris…Trato de ponerlos en “su lugar justo" pidiéndoles de entrada ajo, limones y albahaca, me despacha todo menos la hierba y trata de explicarme en aymara básico que no hay por la helada. Arremeto con el puerro, un paquetito de soja en brote y la cebolla de verdeo. Me tiento en un arranque de maldad de pedirles corpiños y bombachas como sus congéneres de la calle Santa Fé (pero además pensarían mal de mi) y encaro hasta la caja. Ling mira con sorna los fideos de arroz y con una sonrisa casi tanguera me dice: “ricos”, me pregunta por el resto como lo comemos en Argentina, le digo que acá no comemos eso, que nosotros somos de asado, papas fritas, milanesas, pizza. Vuelve a cagarse de risa, y me pregunta como lo cocino, le explico ya muy harto que en el wok, mientras se rie y escupe sobre el cajoncito de los champúes y las cafiaspirinas, me dice que esa comida alcanzará solo para un plato y que con qué voy a llenar los otros once. Paranoico por la encuesta y angustiado le digo que es plato único, que no comemos doce platitos como ellos. Me saca la bolsita de pan y la descarga en el canasto de mimbre, mientras masculla, sin pan sin pan… Me mira con pena y me regala una lata de Lychee, que son una especie de orejoncitos anémicos y con un cierto gusto almendrado, al abrir la lata después comprobaría que están bastante deshechos. Ofrezco pagárselos, pero me dice: “no, regalo, son truchos, sin devolución…” me voy, cruzándome en la misma puerta con el traba que viene del brazo de la trola y ahí se me hace la luz, el chino es la rama proxeneta de la organización mafiosa.
Un terrible cabezazo en la zona genital, me deja sin aire, agachado, enrollado y boqueando aire y mientras recojo los pedazos de pescado fileteado en tiritas y los puerros desparramados por el piso, puteo a Facundo, el hijo de Ling, que entra a los pedos con su uniforme del colegio de la comunidad que está allá por la calle Yatay frente a la Ort. Trato de recomponerme, el trompa ya mandó a los dos santiagueños para que me recojan las cosas y me den aire con sendos trapos de piso. Me reponen la botella de vino por otra, me sacan algún vidrio de las manos, me ubican en la vertical, y me empujan para que como un autito a fricción siga mi ruta. Miro a los santiagueños y les veo un leve parecido con el chino, con el paraguayo carniza y con el bolita aymara, hasta los veo ya con un tinte amarillo verdoso. Pienso en Gombrow y su viaje por Argentina, su excesivo amor por los de la tierra de Aguirre, puteo mentalmente también al polaco y corro los cincuenta metros hasta mi casa, donde solo me siento seguro cuando cierro con la cuarta llave y pongo la traba de hierro. Almuerzo un bife con ensalada. Esta noche espiaré desde el balcón con el largavista voyeur…
al-jazerra

Texto agregado el 29-09-2007, y leído por 74 visitantes. (2 votos)


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