MADUROS


Subió la escalera renqueando y sus jadeos se escucharon desde la habitación de Elisa. No llegaron a derramarse ni el agua ni la sopa, fue milagroso pero el empeño en llegar hasta la alcoba con la bandeja limpia le dio el tiento suficiente.

La mujer sabía exactamente por qué escalón iba subiendo, sus gemidos de madera vieja le hablaban.

Antonio sonrió al alcanzar el rellano.

Empujó la puerta con el pié, entró y dejó la bandeja sobre un mueble.

Ya sé que las has olido. Las he visto tan hermosas que no me he podido resistir a cortarlas para subírtelas.
Pero son las primeras, según me dijiste, no deberías haberlo hecho, has privado a todos los que vienen a casa de su presencia y perfume.
No lo haré más, Elisa.
¡Desobediente! .- Dijo burlona la mujer.

Antonio se sentó en la cama junto a su esposa y le preguntó:

¿Me quieres?
¡Alfileres!
¿Me adoras?
¡Mecedoras!
¿Me amas?
¡Manzanas!

Aproximó su rostro tallado en gruesos surcos a la cara de su amada y ella le acarició con ambas manos.

Te siento más desde que no te veo.- Le susurró al oído.