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La lluvia caía a cántaros cuando el día clareaba. El cielo era gris sobre un bosque de pinos. Aromas a café recién preparado y a hierba mojada invadían aquella rústica habitación. En la enorme chiminea chisporroteaban leños para procurar un clima cálido; afuera la temperatura estaría a menos dos, quizá menos cinco grados Centígrados, pero adentro de la cabaña la sensación térmica era más amable.

Envuelta en gruesa cobija de lana, Raquel miraba al través de empañados vidrios. Miraba hacia lo lejos, hasta lo alto de las montañas, hasta donde se perdían entre bruma las cumbres más elevadas.

Sobre la vieja estufa de hierro, una cacerola de no menos ajetreo contenía residuos de un conejo asado con patatas.

--Otro día sin salir --dijo en voz alta y en tono de fastidio. Estaba sola, pero hablaba para escuchar una voz, aunque sólo fuera la propia.

Miró el asado y pensó que lo podría dosificar, así alcanzaría para el desayuno y para la comida. --Ya se me ocurrirá algo después --dijo mientras movía la cabeza de un lado a otro.

Reencendió la mitad restante del último cigarrillo y sirvió un jarro de café humeante, luego se dejó caer sobre una silla ante destartalada mesa. Después de dos fumadas, con sumo cuidado apagó la colilla. Se trataba de conservarla lo más posible, conocía su adicción a la nicotina. Ahora mantenía la calma, pero en cuanto le faltara el alcaloide la situación se tornaría más crítica. Esto acrecentaba sus miedos.

--Al menos hay café para rato --dijo resignadamente antes de dar un gran sorbo del jarro servido. En pocos momentos se sintió estimulada.

Cascada de pensamientos desbordó de su mente. La lluvia no amainaba; más lágrimas tratando de escapar de sus ojos y la misma consigna de los últimos días: --No voy a llorar.




Así transcurrieron las horas en su más lento andar. Pronto se ocultaría el sol. Raquel había tomado una determinación.

--Mañana tendré que hacer algo --se dijo --ya no queda alimento, ya casi no queda esperanza. Ha llegado la hora de actuar; no puedo seguir así. Mañana será un día muy difícil, mejor descanso temprano.

Apagó la lámpara de aceite y se metió a la cama. Bajo gruesas cobijas se acurrucó. Antes, había puesto suficientes leños en la hoguera para que la lumbre no se apagara durante la noche.

Pronto se quedó dormida. Pronto comenzó a soñar.

En el transcurso de la noche se reencontró con su infancia, con su perro "pingo" que la salvó de sufrir un accidente cuando ella apenas tenía siete años. Se vio curando al noble animal que se cruzó al paso de aquella motocicleta; de no haber cambiado su rumbo en bruzco patinazo, el veloz vehículo hubiera arrollado a la niña. Lloró desconsoladamente mientras lavaba las heridas de su mascota.

También soñó con la casa paterna. En sus juegos, se ocultó en el sótano para que sus hermanos no la encontraran, revisó los viejos baúles y encontró una fotografía que llamó su atención de manera muy especial. Era una mujer muy guapa de agradable sonrisa: la madre que nunca conoció. Entre sueños despuntó el día.


En cuanto abrió los ojos, Raquel se llevó una agradable sorpresa, la primera en seis o siete días, ya no sabía cuántos: la lluvia había amainado, ahora quedaba apenas ligera llovizna y en el cielo se abrían algunos azules. --Maravilloso --pensó --las cosas están mejorando.

Animada por las nuevas circunstancias se apresuró a preparar su salida. Tendría que aprovechar cada minuto de luz.

En una bolsa de excursionista metió un par de chocolates y algunos caramelos. No disponía de más alimento. Un par de cobijas en bolsas de plástico para mantenerlas secas, una botella llena de café caliente y un par de cuchillos. Se desnudó para vestir un traje de plástico, de los que se usan para incrementar la sudoración; le ayudaría a conservar el calor del cuerpo. Luego vistió dos pantalones gruesos, tres calcetas en cada pie, dos suéteres de lana y encima de todo, gruesa chamarra de caperuza. Enredó una bufanda en su cuello. Ahora estaba lista.

De pie, ante la puerta de la cabaña miró hacia el interior, miró cada rincón, cada uno de los muebles, cada uno de los momentos que allí dejaba. Apenas puso un pie afuera sintió miedo, pero no había tiempo para pensar en dar marcha atrás.

Había dado los primeros pasos afuera cuando comprendió que bajar de las montañas seria más difícil de lo que imaginó. Sus pies se hundían en el fango y hacían más pesado su caminar.

--Tengo que intentarlo --dijo casi gritando --lo que sea es mejor que seguir esperando la muerte sin luchar.



Por la posición del sol calculaba que serían las nueve de la mañana, ya había caminado durante tres horas, pero sentía que no avanzaba mucho. No quería pensar en el agotamiento físico que para entonces diezmaba sus fuerzas. Una hora después no podía más, necesitaba darse un descanso. La llovizna seguía cayendo, pero se alegraba porque no había intensificado. No obstante, el cielo estaba muy cerrado de nuevo.

Se sentó bajo enorme árbol que la protegía de la lluvia y sacó de la mochila una de las barras de chocolate. Un par de mordiscos no era suficiente, pero no podía darse el lujo de terminarla ahora. Un par de sorbos de café, que para entonces ya estaba frío. Echó la cabeza hacia atrás hasta apoyarla contra el rugoso tronco y cerró los ojos. No supo cuánto tiempo estuvo así. El canto de un ave la despertó. Pensó que habría transcurrido una hora, considerando el avance del sol que ahora podía ver y sentir en todo su esplendor. La lluvia había cesado.

No pudo contener un grito de alegría y con el puño levantado celebró su nueva situación. En realidad no era mucho el cambio, pero cualquier cosa era buena.

--¡Lo voy a conseguir! ¡Sé que lo voy a conseguir! --gritaba.


No sabía hacia dónde se dirigía, sólo caminaba penosamente cuesta abajo. A las dos de la tarde la invadió profunda alegría cuando se topó con la roja camioneta en la que había llegado hasta ese punto. Una Jeep todo terreno cuya suspensión no soportó el traqueteo del camino y terminó con una rótula rota. Fue este incidente lo que comenzó todas sus desgracias.

El vehículo era de Mario, su novio, quien había planeado aquella escapada a las montañas, Solos, sin que nadie supiera en donde estarían. Un par de semanas subsistiendo con lo que la naturaleza les ponía a la mano, tal era el atractivo reto. Un par de semanas para amarse de día y de noche, tal era el valor agregado. Esto último le sonó tan interesante que no reparó en los peligros que encerraba la aventura.

Pero el viaje comenzó mal. La camioneta no llegó hasta la cabaña y habían violado una regla importante: No reportaron al guardabosques su ascenso a las montañas. Con una llanta prácticamente desprendida era imposible seguir, así que comenzaron a caminar. Luego de tres días de estancia en la cabaña, Mario Pensó que necesitaría ir en busca de ayuda para recuperar el vehículo y convenció a Raquel para que la esperara en ese lugar.

--Contigo no me podría mover rápido, tardaríamos más en bajar hasta el poblado más cercano.
--Pero me da miedo quedarme aquí, sola, no sabría qué hacer...
--No te preocupes, nadie llega por este sitio, ni siquiera los osos, porque nuestros antepasados se encargaron de exterminarlos en esta región, a no ser que vinieran sus fantasmas, ¿no tendrás miedo a los fantasmas, verdad?
--Eso no me hace gracia.
--Todo estará bien, ya verás. Si yo pensara que corres algún peligro no te dejaría. En un par de días estaré de regreso con todo y la camioneta...

Y lo miró partir. Transcurrieron dos, tres, cinco días sin que regresara. Durante el tercer día en soledad fue cuando el clima registró repentino cambio. Comenzó la tormenta y Raquel pensó que por ese motivo su novio se habría retrasado.

Pero ahora estaba frente a la camioneta y se había esfumado la alegría inicial. Surgían más dudas, muchas preguntas e inquietudes. Puertas y ventanas estaban cerradas, pero no dudó para roper con una piedra una de las aletas. Sabía que en el interior había chocolates, agua ¡cigarrillos! y sobre todo, un sitio seco en donde descansar de esa ropa húmeda.

--No creo que Mario me vaya a reclamar por hacer esto.

Como el sol había comenzado a calentar, se sacó toda la ropa y la tendió a secar. Se enredó en una de las cobijas secas, se acomodó en el mullido asiento trasero, encendió un Benson and Hedges mentolado que disfrutó fumada a fumada.

Tras considerar la situación, pensó que debía permanecer allí hasta el siguiente día. No era seguro tratar de avanzar más, en pocas horas comenzaría a anochecer y qué mejor que pasar la noche dentro del vehículo. --Tal vez hasta Mario llegue con ayuda ahora que ha mejorado el clima --pensó.

Pronto las sombras invadieron la escena; luego, la oscuridad era impenetrable. La luna era incapaz de penetrar la densa nubocidad. Raquel se echó encima otra cobija y se dispuso a dormir en el asiento trasero. Cerró los ojos y le ganó el cansancio. La temperatura descendió de nuevo, A media noche despertó entumecida por el frío, A tientas buscó otra cobija, pero no había más. Casi no sentía los pies. Por primera vez pensó que moriría, que no soportaría el frío de aquella noche.

--Maldición --dijo -- No llegué hasta aquí para dejarme morir de frio.

Como pudo trepó hasta los asientos delanteros y a tientas encontró el encendido de la luz interior del vehículo, misma que respondió. Con la posibilidad de mirar a su alrededor respiró más tranquila. Ahora podía pensar en algo más que hacer.

--Sí, lo voy a intentar. No sé cómo hacerlo, pero lo puedo intentar...

Había recordado que si arrancaba los cables debajo del tablero podría buscar los del encendido y juntándolos prendería el motor, con ello dispondría de calefacción. Su respiración estaba agitada, haciendo un esfuerzo sobrehumano metió la cabeza bajo el tablero y buscó los cables en aquel estrecho lugar. La posición no podía ser más incómoda. Cuando hubo decidido con cuáles trabajar, arrancarlos no fue sencillo, primero lo intentó a jalones, luego con el cuchillo que llevaba.

--Ahora sí, Mario me va a matar por esto.

Cuando tuvo en sus manos un manojo de alambres de todos colores, sintió que lo lograría, pero antes de escuchar el anhelado sonido del motor de arranque tuvo que probar varias combinaciones, casi hasta la desesperación. De pronto llegó a sus oídos, como dulce melodía, el sonido del encendido. Raquel lanzó un grito de alegría y no perdió tiempo para activar el calefactor.

En pocos minutos la temperatura interior se volvió soportable.

Mirándose en tales circunstancias, frotando sus manos para recuperar el calor, comenzó a reir. Sola, semidesnuda, dentro de una camioneta inservible en medio de un bosque, lejos de todo y a medianoche. No dejaba de tener gracia.

--Si que nos vamos a reír cuando llegue Mario.

Además de la calefacción contaba ahora con el reproductor de CD's. Primero encendió el radio, pero comprobó que no captaba señal alguna. Puso un disco. Frank Solari y su guitarra de jazz sería agradable compañía aquella noche. Apagó la luz y trató de dormir. Hasta se imaginó en su propia cama. La gasolina alcanzaría fácilmente hasta el amanecer.

Entre sus pensamientos antes que llegara el sueño surgió uno que le causó más temores, como si no tuviera bastantes. A su llegada habían tardado menos de dos horas para llegar desde el vehículo a la cabaña, pero ella había empleado al menos siete horas en sentido inverso.

--¡Estuve caminando en círculos! --dijo mientras se incorporaba --Pero si siempre caminé cuesta abajo...

Le consoló recordar que ahora disponía de la vereda que había seguido la camioneta -el lecho de un río seco-, siempre y cuando -consideró después-, el temporal no la hubiera borrado como la vereda del Hansel y Gretel de los hermanos Grimm.


Llevaba un par de horas durmiendo cuando la despertó un estruendo. Era como un rugido sostenido, interminable. Pasado el sobresalto inicial comprendió que llovía a cántaros, el ruido lo producía el chocar del agua contra la lámina de la camioneta. Lo comprobó encendiendo los faros del vehículo, pero la cortina de lluvia impedía ver a más de un metro de distancia.

Como había taponado con una toalla la aleta rota, el agua absorbida escurría hacia el interior del auto, que ya tenía un charco considerable bajo el asiento del conductor.

De nuevo, el miedo se apoderó de Raquel.

Pasaban los minutos y la situación no mejoraba, en lugar de eso el estruendo se había tornado insoportable. La valiente mujer que con inteligencia había resuelto todos los problemas que se le presentaban en esta aventura, por primera vez carecía de ideas.

Estaba muy asustada y se sentía impotente, pero el pánico la embargó cuando notó que el motor se apagaba. Había gasolina suficiente, entonces ¿qué ocurría? En eso estaba cuando sintió leve desplazamiento del auto. Notó filtraciones de agua por las portezuelas, y eso sólo podía ocurrir si el agua había subido en el exterior. Pronto, el leve desplazamiento se convirtió en bruscos jalones. Estaba siendo arrastrada por una fuerte corriente. La camioneta ganó velocidad, golpeaba a diestra y siniestra, por momentos parecía que se volcaría y eso sería trágico.

Raquel supo entonces que había llegado el final. No había manera de controlar la situación y para empeorar las cosas el agua en el interior llegaba al borde de los asientos. Sólo quedaba esperar la muerte; ante esto, había perdido la batalla.

El golpeteo en la carrocería era incesante, pudo distinguir el tronco de un árbol entrando al través de una de las ventanas laterales, el vidrio convertido en añicos salpicó por todas partes. Ahora el agua entraba en oleadas. Como paja en el río, ya sólo quería que todo terminara.

Un golpe lateral más fuerte que los anteriores la azotó contra los cristales. El prabrisas cedió y el agua entraba hasta inundar por completo el vehículo. El capó estaba sumergido, la profundidad era mucha. Era cuestión de minutos. La angustia se tornaba en odiosa resignación.

Cuando quedaba menos de medio metro entre la superficie del agua y el techo del vehículo, Notó que la camioneta estaba quieta. El último golpe la detuvo y esa podría ser su última oportunidad. Sin pensarlo se lanzó para tratar de salir por donde había estado el parabrisas. Luchó contra la corriente que la devolvía al interior. Se sintió golpeada una y otra vez por objetos que no alcanzaba a distinguir, pero en momento alguno pensó en ceder. Emplearía todas sus fuerzas, hasta el último hálito de vida en el intento.

Justo cuando sentía que no podía más se vio afuera del vehículo. De un salto subió al toldo. Para su sorpresa apenas caía ligera llovizna, pero la riada lo arrastraba todo.

Notó que enorme pino derribado había obstruido el paso de la camioneta. Cubría el caudal de extremo a extremo. Ahora le serviría de puente para llegar hasta una de las orillas. El día comenzaba a clarear.

Soltó el llanto, pero llanto de alegría porque ahora podía seguir luchando por su vida. Eligió el lado más grueso del tronco, hacia lo que fue la base arrancada de raíz, porque estaba más cerca de la orilla, pero también porque su grosor le permitiría agarrarse mejor. Caer a la corriente sería la muerte irremediablemente.

Para entonces no sentia frío, ni miedo, ni dolor, sólo coraje y ganas de seguir viviendo. Penosamente comenzó su desplazamiento sentada sobre el tronco, Comprendió que no sería sencillo, aferrarse era difícil, la corteza se desprendia con facilidad, intermitentes oleadas trataban de lanzarla al agua.

Ahora podía mirar claramente la orilla, el sol comenzaba a asomar entre los pinos. Tardó varios minutos en recorrer la mitad del trayecto, pero sabía que lo iba a conseguir, porque se había propuesto firmemente conseguirlo.

De pronto, entre el estruendo de la corriente escuchó con claridad su nombre, pensó que sería una especie de delirio, pero lo volvió a escuchar.

--¡Raquel! ¡Raquel!

Cuando levantó la mirada no lo podía creer.

--¡Mario! ¡Mario! ¡Estas bien! ¡Mario!

Allí estaba, parado junto a la orilla a la que ella se dirigía. La invadió inmensa alegría. Ahora terminaría la pesadilla.

Pero inexplicablemente Mario le hacía señas para que regresara, para que se desplazara hacia la otra orilla. Se desgañitaba para que ella le entendiera.

--¿Por qué? ¿Por qué? --preguntaba Raquel.

--¡Hacia acá no, ve hacia el otro lado, rápido, queda poco tiempo!

--¿Qué pasa?

--¡Por favor, no preguntes ahora, sólo dirígete a la otra orilla!

--¿Vienes tú también?

--Yo ahora no puedo

--Pero ¿por qué no?

--¡Sólo hazme caso, por favor!

--¡No puedo seguir sola!

--¡Sí puedes, cuando hayas llegado a la orilla camina hacia arriba... En poco tiempo llegarás a una estación de guardabosques!

--¡Mario, ven hacia acá!

--Cuando hayas llegado les dices que estoy aquí, que vengan por mí.

--¿Por qué no vienes conmigo?

--Ahora es imposible. La corriente sube, anda, queda muy poco tiempo.


Contra su voluntad, Raquel comenzó a regresar por lo avanzado. Tenía miedo de dar la vuelta, así que siguió desplazándose hacia atrás. Como le advirtió Mario, la corriente seguía subiendo y se veía más amenazante.

Llegar a la parte más delgada del tronco hacía doblemente penoso y peligroso el intento, pero al fin, después de varios minutos de fatigoso esfuerzo alcanzó la orilla. Miró hacia atrás y vio que Mario seguía al otro lado, agitaba un brazo en señal de despedida.

--¡Mario! ¡Inténtalo! --Imposible que la escuchara.

Pero él hacía señas para que comenzara a caminar. Desconcertada inició la marcha hacia donde le había indicado. La lluvia cesó por completo; la mañana era muy fresca.



En pocos minutos alcanzó la estación del guardabosques. Joven mujer ataviada con uniforme verde salió a recibirla.

--¡Mario está allá, tenemos que ir por él, tenemos que ayudarlo! --gritaba en cuanto vio que alguien se dirigía a ella.

--Cálmate, tranquila. Vamos a la cabaña, allí analizamos la situación, tienes que descansar un poco.

Robin era la única habitante de la estación.

--Ahora viene un helicóptero, viene por mí; he pasado aquí la tormenta. Con el helicóptero será más fácil encontrarlo.

--Pero no hay tiempo, el agua sube...

--Sí, sí, por eso es peligroso, sólo es cuestión de 15 ó 20 minutos... Con el helicóptero será sencillo. No podremos hacerlo solas. Mientras llega ponte ropa seca, aquí hay café caliente.

Raquel terminaba de contar todo lo que le había ocurrido cuando escucharon el sonido del helicóptero que se acercaba. Pronto estaría terminada esa absurda aventura.




Sobrevolaban el área en donde estaba la camioneta, apenas se podía distinguir el toldo ligeramente sumergido en las aguas achocolatadas que corrían impetuosas.

Raquel señalaba el punto en donde había visto a Mario. El piloto se dirigió hacia el claro más cercano para aterrizar.

Tuvo que ser obligada a permanecer en el vehículo, con Robin, mientras dos rescatistas fueron en busca del desaparecido.

Había transcurrido cerca de una desesperante hora cuando descubrió que salían de entre los árboles más próximos. Cargaban en improvisada camilla un cuerpo envuelto en lona. Era el cuerpo de Mario, lo identificó Raquel, quien lloraba amargamente.

--Si hubiéramos venido enseguida lo habríamos salvado --reclamaba a Robin.

--Señorita --dijo uno de los rescatistas --este hombre lleva al menos cinco o seis días muerto. Parece que resbaló por una cuesta, al rodar golpeó la cabeza contra una piedra...




En Cancún, costa mexicana del Caribe


Texto agregado el 28-09-2007, y leído por 921 visitantes. (22 votos)


Lectores Opinan
26-03-2008 Un relato excelente con un final escalofriante. Me encantó leerte una vez más! Un saludo de josef! josef
23-02-2008 Vaya, un excelente cuento que no nos exime de escribir la tonta frase: “no se puede dejar de leer hasta el final”, dicho con sinceridad. Sólo una cosa para observar: el título, si uno lo recuerda cuando está leyendo, hace sospechar el final. En síntesis, el título no nos gustó. Pero es cuestión de eso: de gustos. Un placer. scatolocos
17-11-2007 Fascinante historia la que termino de leer, realmente tienes un don, narras muy bien y la historia tiene el gusto que le da la aventura, pero con un desligues impresionantes de momentos vividos por la protagonista, y un final que no esperaba… te felicito, me gusto muchísimo leerte espero por más.***** besos lagunita
15-11-2007 Te llena de emociones y te hace entrar en la trama, no es facil de conseguir esto, se ve que te sobran recursos a la hora de escribir. Buen cuento. +++++saludos antoniana
02-11-2007 leí de un tirón un texto de antología.Este cuento en su excelencia demuestra una vez más que no existen cuentos largos o cortos, existen los buenos y los mediocres y los malos. Gracias por compartirlo Yvette ninive
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