Sentada esperaba en la cima de alguna montaña,
miraba hacia abajo y divisaba tesoros,
gritaban su nombre los cuerpos del cielo,
flotaba su sombra en una gravedad sin centro
y un aire agridulce besaba su cuello.
Un recelo moribundo la señalaba desde lejos,
había invierno en sus ojos y exceso en sus dedos.
De un hilo delgado pendía su suerte,
ni muerte ni vida, ni aventuras escondidas,
sólo una estrecha galaxia desconocida,
una ruta vacía de material perceptible,
dibujaba su ausencia y se volvía invisible.
Solía ser ácido el jugo de las margaritas
pero era un alma sedienta y bebía.
Un río mudo arrastraba palabras escritas,
las moscas jugaban sobre el pasado y reían,
el tiempo traía insoportables compañías.
Bebían las fieras de la sangre del sol
y muy sutilmente opacaban los días.
Una mañana su suerte planeó una huída
casi por inercia, su vientre la seguía...