Jugar era encontrarse uno solo en un patio desierto, mirándose uno solo la mugre de las zapatillas pequeñitas, los cordones desatados. Uno solo.
Jugar era un proceso doloroso, obligar al cerebro a crear seres fantásticos para paliar dolores recurrentes en el cuerpo pequeñito.
Dolor de cabeza, era leer cuentos a las cuatro de la mañana con una luz colorada en un cuarto pequeñito. Pasar hojas con dedos pequeñitos.
Desahogarse, era hacer fuerza para expulsar lágrimas que se negaban. Que quedaban siempre atoradas en la garganta pequeñita, arrugando ojitos, frente y cejas pequeñitas.
Jugar.
Y después llega la edad en que el esfuerzo por recuperar hadas y duendes se hace doblemente difícil, las lágrimas se volvieron de piedra y el cuerpo, aunque sigue siendo pequeñito, duele como un cuerpo adulto...
Jugar es quedarse sentado mirando uno solo el piso, rebuscar figuritas en el bolsillo, tratar de recordar algún momento, algún puto momento en el que jugar haya sido jugar como los otros niños. Comunes y tan tan normales...Reirse a la par sin forzar la carcajada, sentirla en la panza y no en la cabeza retumbando. Sentirse uno más, no uno solo como toda toda la vida...Y sobre todo ponerse nombre, ya me cansé de ser UNO.